Mi alter ego, una ilusión

Prócoro Hernández Oropeza
El alter ego o el otro yo, no es más que una definición de nuestra personalidad verdadera, una personalidad que está formada por diversos yoes. Sí, puede haber un yo predominante, conocido como el Rasgo Característico Particular. Ese rasgo es el tipo de agregado psicológico predominante en nuestra existencia. En algunos es el de la ira, en otros el orgullo, la lujuria o la pereza; puede ser la envidia o avaricia y en algunos prevalece la gula. Esto significa que si mi rasgo característico particular es la ira, no significa que los otros agregados no existan en mi, están ahí, son miles; unos sutiles, otros más visibles.
A ese alter ego, o el otro yo, los especialistas lo reducen sólo como un segundo yo que se cree distinto de la personalidad normal u original de la persona. Y en una segunda modalidad, como la persona que, con respecto a otra, está muy identificada con sus opiniones o modo de actuar, puedes ser persona real o personaje ficticio en quien se reconoce o se identifica a otra o sobre quien esta se proyecta.
El término alter proviene del latín. Es el pronombre indefinido alter, altera, alterum cuyo significado es el opuesto, el contrario, el otro entre dos. Es el pronombre personal en primera persona singular, caso nominativo y significa: yo. Por tanto se puede considerar como concepto de esta expresión “el otro yo”. Y en realidad el alter ego es lo que define en parte mi personalidad; son las identidades o rasgos que me he ido formando en mi vida y que conforman mi personalidad. Esta personalidad está determinada por rasgos de ira, enojo, orgullo, envidia, lujuria y todos los miles de egos, pero también de esos aspectos de luz, como ser compasivo, amoroso, tranquilo, sabio. Dependiendo de nuestro trabajo espiritual es como se manifestarán esos rasgos; si no existe ningún trabajo espiritual serán los egos los que se manifestarán con mayor prestancia y determinarán mi forma de pensar, sentir, actuar.
Cuando somos inconscientes de la naturaleza de nuestra personalidad pensamos que eso somos en realidad: enojones, iracundos, lujuriosos, pobretones, tontos, desdichados o engreídos, orgullosos, vanidosos, perezosos, glotones, etc. En realidad nuestra verdadera esencia es divina; somos una esencia divina, pero esta esencia ha sido fracturada por esos agregados psicológicos, de tal forma que hemos perdido consciencia de nuestra verdadera identidad. Nuestra psique está llena de tantos egos pendencieros; ellos controlan nuestros actos, voluntad, pensamientos, sentimientos y nos tienen en su ilusión. La ilusión del sufrimiento, del desamor y nos impelen a buscar la felicidad afuera, a satisfacer múltiples deseos y si no los satisfacemos, sufrimos.
La sociedad nos ha hecho creer que ese alter ego es necesario y benéfico para nuestra existencia. En realidad es todo lo contrario y nos sentimos como los personajes de la novela de Robert Louis Stevenson: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. Ellos representan una exploración de la idea de que el bien y el mal existen dentro de una persona, constantemente en guerra. Edward Hyde literalmente representa el otro yo del Doctor Henry Jekyll, siendo Hyde un psicópata misántropo que es desenfrenado por las convenciones de la sociedad civilizada, y que comparte un cuerpo con Jekyll. Los nombres Jekyll y Hyde se han convertido en sinónimo de una doble personalidad o un álter ego que se vuelve capaz de vencer a nuestro verdadero Ser original. De tal suerte vivimos en esta tremenda dualidad, en donde parece no haber escapatoria, pues siempre el malo (Los egos o demonios internos) vence y nos mantiene atados a su ilusión. Una pequeña tarea para empezar a desgarrar a esta ilusión es reconocer nuestra esencia como divinal, una esencia que pertenece a Dios; soy una esencia divina y pertenezco a Dios, a nadie más.

Comentarios

Entradas populares de este blog

De mil que me buscan

Los tres alimentos

El arquetipo del gato