En busca de la libertad


Prócoro Hernández Oropeza

En mis años de universitario, en los setentas, entre los jóvenes había un espíritu libertario; luchábamos por una sociedad justa, libre, democrática, igualitaria. Era la época donde, a la luz del marxismo-leninismo o del maoísmo, la gente se cobijaba en una ideología que prometía traer el paraíso terrenal. Muchos tomaron sus armas y se fueron a la sierra, como antes lo hicieron Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba, así como otros socialistas o utópicos lo buscaron en sus patrias, desde México hasta la Patagonia.
En el fondo buscábamos la libertad, libertad de pensamiento, de acción, liberación de una sociedad opresiva, injusta y mediocre. Buscábamos la libertad afuera, pero no nos dábamos cuenta que la mayor opresión está adentro. Sí, afuera el sistema social en que vivimos no es nada perfecto; está diseñado para gobernar sobre la base de la manipulación, opresión, el engaño, la injusticia, el sufrimiento. Esto lo han dicho los grandes sabios de todos los tiempos como Krishna, Buda, Jesús y tantos pensadores griegos, egipcios, sumerios, caldeos y tantos que han venido a la tierra con su mensaje de liberación y realización espiritual.
Buscábamos liberar al pueblo de sus opresores, pero por dentro éramos y seguimos siendo esclavos de otros opresores; nuestros demonios internos, nuestros egos. Como intelectuales pensábamos que nosotros, por acceder a un conocimiento o verdad filosófica ya estábamos despiertos y los demás, el pueblo, estaba dormido, esclavo de este sistema capitalista y depredador. Y es verdad, de acuerdo a los maestros de la sabiduría, la gran mayoría estamos dormidos, nuestra consciencia está profundamente dormida. Despertamos del sueño ordinario, nos levantamos de la cama y continuamos dormidos en estado de vigilia.
Lo estamos porque en cuanto despertamos llegan a nuestra psique miles de pensamientos, que se expresan como preocupaciones, apuros, decisiones, proyectos, enojos, tristezas, mezclados con cierta dosis de alegría, felicidad, armonía. Pero nuestra mente y emociones viajan como el péndulo de un reloj, que va la alegría a la tristeza, del aburrimiento a la felicidad, de la preocupación a la paz. Caminamos como un robot, sin disfrutar el momento, el aquí y ahora.
Desde esa perspectiva no tenemos libertad, no existe paz, debido a que nuestros pensamientos, emociones y la voluntad han sido tomados por esos agregados psicológicos. Al levantarme de la cama vienen pensamientos de flojera o de incomodidad porque el cuerpo no quiere levantarse o lo hacemos con resistencia y sufrimiento. Me doy una ducha y como que la flojera se quita, me preparan un rico desayuno con un café calientito y con jengibre y a gusto, feliz. Salgo a la calle y resulta que la llanta del carro está ponchada, viene el enojo, la angustia… Y así se va el día entre arrebatos de preocupaciones, enojos, tristezas, estrés con otras escasas de alegría. En realidad no soy libre, estoy atrapado por esos carceleros que son mis propios fantasmas o egos.
La verdadera libertad llega cuando ya no me identifico con esos agregados psicológicos y puedo mantener la calma, la paz, armonía y felicidad, aún en los instantes más difíciles. Y como el péndulo del reloj, sólo observo desde mi centro cómo se mueve ese péndulo de la felicidad o a la tristeza. Observar desde mi centro, desde mi Ser, desde el observador y como decía Krishna, no me apego ni al contento ni al sufrimiento; sólo observo, aprendo y dejo fluir; eso es parte de la libertad: dejar que todo fluya sin que me afecte, tal como se mueven las olas del mar, van y vienen y desde esa perspectiva puedo sortear, navegar las olas de la vida, sin que me asfixien ni me atormenten. Y es posible que un día, si trabajamos asiduamente hasta eliminar a estos demonios podamos construir el paraíso en esta hermosa tierra. Aquí estaba el paraíso y aquí lo debemos reconstruir. Eso está escrito en los libros sagrados.

Comentarios

Entradas populares de este blog

De mil que me buscan

Los tres alimentos

El arquetipo del gato