Por qué la poesía
Prócoro Hernández Oropeza
Qué es la poesía sino un canto del alma, el suspiro de Dios o la dulzura de una mirada, el reflejo del sol en la ventana, una mariposa cazando esperanzas, un gato embelesado con la luna, una noche estrellada y en silencio. Todo eso es poesía, pero pocos, como decía Jesús, tienen oídos para escuchar, corazón para sentir.
Poesía es un mar en reposo, una tarde apurada, la alegría de unos ojos, el llanto de la amada cuando sabe que su amor es ilimitado, unos pájaros rayando el cielo, unas nubes jugando con el sol, tu rostro pintado en el cielo, todo eso es poesía; lo más sublime del alma.
Y es que un verso, un solo verso pueden transformar el tedio de la mañana, aliviar una soledad infausta, endulzar una taza de café en la madrugada. El gran poeta Octavio Paz lo dijo en su poema Poesía:
La Poesía
Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.
El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
Octavio Paz describe un hermoso canto a esta hija dorada de la literatura. Y es que la poesía desnuda nuestra alma, nos redime con fuego, con el fuego intenso de los versos, de sus ritmos, su armonía, el juego lúdico de cada palabra.
Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consumen,
espíritu que no vive en ninguna forma
más hace arder todas las formas contra invisibles huestes.
Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Es verdad, cuando leemos un poema este, como aroma de copal o mirra, se introduce en nuestra piel, en la psique y podemos acceder a un estado de encantamiento o de plano reaccionamos violentamente y lo soltamos porque algo nos dolió o recordó un pasaje non grato de lo que somos.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.
Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.
Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.
Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.
Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.
También es verdad, no todos poseemos ese oído para percibir sus latidos, ese aroma, ese encantamiento o la dulzura o pesadez de sus versos. Y no lo percibimos debido a que nos hemos acostumbrado a la palabrería burda, a los sofismas de la sinrazón, a los tormentos de las palabras duras, pesadas y huecas, esas carentes de armonía, belleza y sabiduría.
Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.
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