Años de luz y de oscuridad

Prócoro Hernández Oropeza


Si no es por la Feria Internacional del Libro (FIL) no me entero que este año se festeja a la luz; El Año Internacional de la Luz y las Tecnologías Basadas en la Luz. Esta decisión se tomó el 20 de diciembre de 2013, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió declarar 2015 para este festejo. En su primer manifiesto, la ONU resalta el valor de este campo de estudio como clave para el desarrollo de la humanidad hacia un modelo sostenible y respetuoso con el medioambiente, especialmente en el área energética.

Es meritorio resaltar la importancia de valorar la importancia que la luz y las tecnologías basadas en la luz tienen en la vida de las personas, en el desarrollo social y en los retos a los que se enfrenta la humanidad. Más aún cuando la generación de energía mediante derivados del petróleo y otras energías no renovables, no sólo se están agotando, sino también provocando grandes impactos negativos en el medio ambiente. El calentamiento global se debe en gran parte a la sobre explotación de estos productos y al escaso impulso que se le brinda a tecnologías alternas, más baratas y menos dañinas.

Y aunque el festejo sólo se limita a enumerar los beneficios de la luz y la importancia de tecnologías basadas en ésta, también deberíamos pensar en hablar de otro tipo de luz, esa luz que nos aporta sabiduría, amor, verdad, felicidad. La luz de la verdad, su contrario, la oscuridad es ignorancia, sufrimiento, antiamor, infelicidad. No puede existir una sin la otra y no es difícil determinar dónde inicia una y empieza la otra. Cuando hablamos desde el corazón, pensamos desde el amor, de la alta consciencia estamos expresando a la luz. Esa fuente de luz se encuentra en nuestro interior.
Cuando injuriamos, descalificamos, ofendemos, agredimos, mentimos, nos creemos superiores a otros, ansiamos poder y gloria, sobajamos, aplastamos al otro, le robamos, asesinamos, estamos guiados por la oscuridad; estamos siendo conducidos, manipulados por los seres oscuros que habitan en nuestra psique, por los arcontes, cabezas de león, los balrogs, los malos espíritus, todos nuestros demonios internos. Entonces vivimos alejados de la luz y somos sólo marionetas de esos seres oscuros.
La consciencia es luz, es el faro que nos guía hacia la verdad, la sabiduría, el amor, la divinidad, los actos virtuosos. Cuando actuamos desde esa fuente ilimitada de luz, vemos que todo lo que nos rodea es sagrado, bendecido y en consecuencia sólo expresamos amor y compasión. No nos apegamos a nada, ni somos esclavos de los deseos y por tanto de los dramas del sufrimiento ni de las ataduras a esas legiones oscuras. Sostenía Sivananda, en su libro La senda divina: “! Mis queridos hijos del Amor, inspiraos en su enseñanzas (la de los grandes maestros: Krishna, Buda, Rama…)! Caminar por el sendero del amor, comulgar con Dios y alcanzad la morada eterna del amor. Este es nuestro deber más elevado. Habéis tomado ese cuerpo para alcanzar el amor, el cual constituye la única meta de la vida. Vivid con amor. Respirar con amor. Cantad con amor. Comed con amor. Bebed con amor. Hablad con amor. Orad con amor. Meditad con amor. Pensad con amor. Moveos con amor. Morir con amor. Purificad vuestros pensamientos, palabras y acciones en el fuego del amor. Bañaos y sumergíos en el océano sagrado del amor. Probad la miel del amor y convertíos en encarnación del amor.”
En síntesis. Vivir en la ley del amor, la única ley que existe en el plano más elevado donde habita el gran Padre/Madre. Vivamos en la luz de instante en instante, a pesar de los nubarrones y las tormentas; que nada nos distraiga y nos ofusque en esa búsqueda por encontrar la verdadera luz.





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