En honor a las abuelas


Prócoro Hernández Oropeza

¿Qué representa para nosotros la abuela? Es más que una madre, la madre física que parió a la nuestra. Es, a mi modo de ver, una segunda madre, más cariñosa, más tolerante, más sabia. De las dos abuelas que tuve, Angelita la paterna y Panchita Morales la materna, conviví más con la primera. La segunda, como tenía muchos nietos repartía o trataba de repartir su amor entre todos y se confundía de nombres cuando nos llamaba. Antes de llegar al nieto al que pretendía nombrar repasaba a casi todos: Saúl, Noé, Francisco, Rafael, Gaudencio, Ernesto, o tú como te llames, ven aquí. Por lo tanto era menos amorosa y un poco más alejada de los tantos nietos que tuvo.
Angelita hacía alusión a su nombre, delgada, bajita, de pelo lacio y negro al principio y más tarde cubierto de nieve, era amorosa, cándida y siempre dando consejos. Ella me decía que si tenía un perro lo cuidara porque cuando muriera ese can me ayudaría a pasar un río de sangre y de espinas. Siempre tuve respeto por perros que desde pequeño pasaron o vivieron en la casa de mis padres. Después supe que ese es un mito tradicional azteca; sostenía que cuando el alma realiza su viaje por el inframundo, lo hace a través de una serie de pruebas: atravesar el río Apanoayan, pasar por las piedras que se golpean, por los ocho páramos helados, enfrentar al viento de navajas Itzehecayan, y, en el río Negro, al lagartijo Xochitonal, Señal de la Flor. Entonces, con la ayuda de un perro se podía atravesar el río Chiconahuapan antes de llegar en Itzmictlana Pochcalocan, dominio de Mictlan Tecutli, Señor del Infierno. Aquel viaje fabuloso evoca el viaje del alma hacia Xibalba, el infierno de la mitología Maya Quiché, según lo encontramos en el Popol Vuh: el alma tiene que cruzar ríos de sangre, de polvo, de espinas, antes de llegar al cruce de caminos pintados de los cuatro colores del universo, y de entrar en las casas de los castigos: la casa de sombra, la casa de navajas, la casa del frío, la casa del jaguar, la casa del vampiro.
En mi tierra era normal encontrar en el campo huesarios entre el tepetate o la tierra que era removida por la lluvia. La abuela me decía que pertenecían a antiguos gentiles. Según su sabiduría, antaño, hacía cientos de años vivieron antes que nosotros humanos muy grandes de tres o cuatro metros. Yo no le creía hasta que un día al salir de cacería, en una barranca encontré dientes muy grandes, y más tarde un par de colmillos que seguramente pertenecieron a un dinosaurio.
Para mí, mi abue era como un angelito y un día se fue y solamente la he vuelto a ver en sueños. Sé que sigue viva en otra dimensión y comprendo que todas las abuelas del mundo son expresión pura del amor. En honor a ellas he tomado prestado este fragmento del Poema para la Abuela, del desaparecido gran poeta Hugro Gutiérrez Vega.
Poema Para La Abuela, Que Hablaba Con Pájaros Creyéndolos Ángeles
Hugo Gutiérrez Vega
I
La abuela abría las puertas de la mañana;
entraba el sol por el balcón cerrado
y un rayo se pegaba a sus gafas solares.
El día andaba ya por los corredores
abrillantando las plumas del pájaro ciego,
jugando un rato con los peces anhelantes
en un marecito engañoso,
y con el caracol de filos negros
en su playa de cristal.
La claridad giraba por los cuartos vacíos
y se escondía entre las cortinas.
De las gafas de la Abuela brotaba el día
y bajo mi cama se enroscaban los vientos.
Cerraba los ojos y regresaba al sueño.
Las sábanas me daban una noche que sólo existía ahí
y que se prolongaba por unas horas,
mientras la mañana maduraba
y se caía a pedazos en las calles de color naranja
y en el cielo azul y tonto de los trabajos para vivir.

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