Reflexiones bíblicas sobre Siria

Prócoro Hernández Oropeza
¿Qué maldición asola a muchos pueblos del oriente, como ocurre con Siria ahora? Los arqueólogos han demostrado que la civilización en Siria era una de las más grandes antiguas sobre la Tierra. Alrededor de la ciudad excavada de Ebla en el norte de Siria, descubierta en 1975, se asentó un gran imperio semita que se diseminó desde el Mar Rojo Norte hasta Turquía y al Este hasta Mesopotamia, desde el 2500 hasta el 2400 A.C.
Su error es estar ubicada en un lugar estratégico por donde los diversos imperios antiguos y modernos han disputado su hegemonía. Por ejemplo, durante el segundo milenio a. C., Siria fue ocupada sucesivamente por cananeos, fenicios, y arameos. Los hebreos finalmente se establecieron al sur de Damasco, en la región conocida como Canaán; los fenicios se asentaron a lo largo de la costa de estas áreas, así como también en el Oeste, en la zona (Líbano). Pero también egipcios, sumerios, asirios, babilonios e hititas ocuparon sucesivamente el estratégico suelo de Siria durante este periodo, debido a que era una tierra de paso entre sus imperios. Más adelante llegaron los griegos, luego los romanos, armenios, bizantinos, otomanos, etc.
Siria también ocupa un papel importante en la Biblia cristiana, pese a que ahí se dirimen no sólo conflictos de carácter regional, económico y político, también religioso. En la Biblia se hace mención al término «semita», en referencia a los pueblos citados en la Biblia, descendientes de Sem, primer hijo de Noé. En el libro del Génesis (el primero de la Biblia) se encuentra la narración del Diluvio universal y en ella está la «tabla de las naciones», donde se hace referencia a la genealogía de los semitas. Los antiguos pueblos de habla semítica incluyen a los habitantes de Aram, Asiria, Babilonia, Siria, Canaán —incluidos los hebreos— y Fenicia.
Otra referencia bíblica señala que Abram, hijo de Taré, vivía en Ur de los caldeos, que estaba asentada en parte norte de lo que hoy es Siria. Por instrucciones de Jehová, tenía que dirigirse a la tierra de Canaán, situada entre el mar Mediterráneo y el río Jordán y que abarcaba parte de la franja sirio-fenicia conocida también como el Creciente fértil. En la actualidad se corresponde con el Estado de Israel, la Franja de Gaza y Cisjordania, junto con la zona occidental de Jordania y algunos puntos de Siria y Líbano. Jehová le habría dicho a Abram: “Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”. Génesis 12(1-2-3) Mas adelante, Jehová le vuelve a decir a Abram: “Alza ahora tus ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y hacia el sur y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Así que Abram se asentó en Hebrón y edificó allí el altar a Jehová. Hebrón se encuentra a 30 kilómetros al sur de Jerusalén y a una altitud de 930 metros sobre el nivel del mar. En otro pacto posterior, Jehová le entrega esta tierra desde el río Egipto hasta el río grande, el Eufrates.
El gran apóstol y maestro Pablo de Tarso se convirtió a esta religión en Siria, en la carretera a Damasco y emergió como una significante figura del primer núcleo de la Iglesia cristiana de Antioquía, primera ciudad no judía que se convirtió al cristianismo. Ciudad a la que peregrinó a menudo en sus viajes misionales.
Como vemos, pese a que los primeros fundadores de la tierra se asentaron en esas áreas geográficas y que serían adjudicadas por Jehová para gloria de los hombres y de suyo propio, las cosas no han sucedido así. Continúan guerras, divisiones, enfrentamientos, mucho dolor, odio, venganzas. No es culpa de Dios, sino de los hombres que han endurecido su corazón. Se han cegado por los celos, los velos de la ignorancia y la codicia. Son los imperios y las grandes potencias quienes mueven los hilos de la política y la guerra, las fronteras. Desafortunadamente quienes pagan las consecuencias son las familias, los niños, los inocentes.


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