Y llueve, está lloviendo




Prócoro Hernández Oropeza

Vivir en esta zona del Pacífico, con un clima benévolo, o cuando menos más que en distintas ciudades del mundo y del país, es maravilloso. He vivido en cinco estados: en Tlaxcala donde nací, en el Distrito Federal a dónde fui a Estudiar; en Culiacán y Mazatlán, en Sinaloa; en Cancún y finalmente arribé a esta bella ciudad: Puerto Vallarta. Y afirmo con conocimiento de causa que en esta región el clima es generoso: unos seis meses de clima templado, con frío tolerable en invierno y un clima cálido, poco extremoso en verano. Pero ese calor se compensa cuando llueve, entonces el ambiente se refresca, los pájaros cantan, los cerros tornan su ropaje con un verde intenso, a veces cubiertos por sábanas blancas.
Convivo con muchos turistas extranjeros a quienes les imparto clases de yoga y la mayoría se admira por la belleza de esta ciudad y región, por su bahía, sus playas, la gente, los atardeceres, las gaviotas que vuelan con garbo y sus montañas que parecen centinelas al acecho.
Y vaya que admiramos, es de admirar esta cadena montañosa que prácticamente rodea la bahía, no sólo por sus relieves, contornos, belleza, también porque se han convertido en unas murallas que nos protegen de las y ciclones que se forman al sur del pacífico. En los 26 años de vivir en esta ciudad, sólo una vez me tocó presenciar la “cola” de una tormenta que azotó a unos 60 kilómetros al norte. Aquí sólo algunos ventarrones y un mar furioso que causó grandes oleajes, hasta de unos diez metros de altura. La zona hotelera y comercios y casas cercanas al mar sufrieron los estragos de su furia. Lo más fuerte impactó en el Puerto de San Blas, Nayarit.
Cada año se pronostican alrededor de 15 a 20 huracanes; no siempre se presenta la suma correcta, hay aproximaciones. Esta semana se anunció la posible llegada de un nuevo fenómeno llamado Patricia. Se afirmaba que sus vientos y su magnitud eran muy fuertes, violentos, con vientos de más de 200 kilómetros por hora y se anunciaba que tocaría tierra muy cerca de nosotros. Por fortuna se desvió de su ruta y aquí no volvió a pasar nada. Siempre confiamos en nuestros guardianes los bosques y los silfos del aire, las Ondinas y Nereidas del mar; ellos nos protejen, así lo creo. Vivimos en un casi paraíso, pero como todo en la vida hay precios que pagar. No todo es lecho de rosas.
En honor a ello se me ha ocurrido dedicarle este poema:


Y llueve

Está lloviendo, todos los días llueve
Caen gotas dudosas, otras filosas
A veces llegan como manadas desbocadas
El agua fluye por corrientes caprichosas
Mi alma también está empapada

Llueve y llueve, es tiempo de llover
Los campos se han anegado
Las montañas presumen sus trajes verdes
Las aves secan sus plumas y platican
Ojalá y se laven mis pensamientos también

Sigue lloviendo y tu más allá de la neblina
Colina tras colina, las nubes van y vienen
Danzan con el viento, se esfuman por la noche
Mis alas, tus alas están pesadas
No puedo volar a las alturas de tu gracia

Cuánta lluvia, cuántas lágrimas
Relámpagos, truenos y centellas
Flagelan este corazón solitario
Desde que extravíe el sendero
Y volé al capricho de los deseos.


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