Larga vida


Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
Uno de los sueños más anhelados por el humano es la búsqueda de la eternidad. El problema es que ese anhelo lo busca afuera o cuando menos quiere, desea vencer al tiempo en el ámbito material. Para ello la tecnología usa múltiples artimañas con el fin de alargar la vida en el cuerpo presente, sea mediante trasplantes de plasma o sangre, cirugía plástica, pastillas, maquillaje… Esas soluciones son sólo placebos o engañabobos. Al tiempo no se le pude engañar con simples artilugios, todo en la vida obedece a las leyes de evolución, involución o revolución; todo nace, crece y muere. Lo único que no muere es nuestra chispa divina, el Ser y el alma, esos son eternos.
En el cine, la magia de las ensoñaciones colectivas, nos proyectan que con adelantos tecnológicos como la robótica o la ingeniería genética pueden prolongar la vida y en los filmes más atrevidos hasta logran la eternidad. Afirmaríamos, como se dice en México, son sueños guajiros y nada más. Esto no significa que no se pueda lograr; en los textos bíblicos sagrados se habla de los primeros hombres que llegaron a vivir cerca de mil años. En diversas culturas se mencionan regiones donde se encuentra el elixir de la larga vida, pero sólo son viejos recuerdos de sociedades muy avanzadas e iluminadas que vivieron hace milenios de años en este planeta y conocían esos secretos.
Independientemente de que se logre alargar la vida en un cuerpo físico en este plano material, es importante saber que como esencia divina somos eternos. Nuestro Ser no muere, sólo el cuerpo o bien los cuatro cuerpos inferiores, denominados por los gnósticos como el cuaternario inferior. Esto indica que no sólo poseemos un cuerpo físico, somos poseedores de otros seis cuerpos más, a saber: cuerpo vital, astral, mental, causal, del alma y del Ser o Espíritu. Al finalizar una vida llega el ángel de la muerte y corta el cordón de plata que une al cuaternario inferior con los cuerpos superiores del Ser: Cuerpo causal o de la voluntad, del alma y del espíritu.
Si comprendemos esta verdad no tenemos por qué preocuparnos o atemorizarnos ante la muerte, mucho menos andar buscando como alargar la vida. La muerte es sólo una puerta a nuevas experiencias. En el Bhagavad Gita se narran los diálogos entre Krishna y su discípulo Arjuna, quien ante el temor de matar a sus enemigos o de que Arjuna muera en la batalla que estaba por enfrentar, Krishna le dice: Nunca hubo un tiempo en el que Yo no existiera, ni tú, ni todos estos reyes; y en el futuro, ninguno de nosotros dejará de existir. Así como en este cuerpo el alma encarnada pasa continuamente de la niñez a la juventud y luego a la vejez, de la misma manera el alma pasa a otro cuerpo en el momento de la muerte. A la persona sensata no le confunde este cambio.
Y con respecto a la forma en cómo vemos o interpretamos nuestras experiencias, Krishna le enseña a Arjuna cómo superarlo. “La aparición temporal de la felicidad y la aflicción y su desaparición a su debido tiempo, es como la aparición y desaparición de las estaciones del invierno y el verano. Todo ello tiene su origen en la percepción de los sentidos. ¡Oh, vástago de Bharata!, y uno debe aprender a tolerarlo sin perturbarse.
Y de todas nuestras experiencias dependerá de cómo las vivimos en este plano material, en este cuerpo físico, en este plano tridimensional. O las aceptamos (aceptamos los cambios inevitables en nuestro cuerpo) o lo resistimos y sufrimos, nos perturbamos y buscamos afanosamente como detener el tiempo, lo cual es imposible. Lo podemos hacer en otros planos, como en la meditación, porque cuando entramos a espacios donde los cinco sentidos no intervienen, ahí no existe ni espacio ni tiempo; cada meditación es como una probadita de esa eternidad.

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