La ley del amor, ahimsa

Prócoro Hernández Oropeza
Parte I
En la historia de la humanidad la violencia ha sido uno de los actos sobre lo cual se ha cimentado su desarrollo. Todos los pueblos y civilizaciones han recurrido a la violencia sea para desarrollarse, extenderse, perpetuarse o simplemente para sobrevivir. Esto no significa que la violencia, en sus distintos gradientes sea un instrumento o un mal necesario. Lo ha sido porque el hombre ha caído en un sueño profundo y se ha olvidado de su verdadero origen.
El amor, que es una de las leyes primordiales que debiera ser acatada por todos los gentiles, se ha perdido o ha sido subyugada por los rencores, las bajas pasiones y los instintos animales que predominan en la psique del hombre. La guerra es uno de sus expresiones más mortíferas y deleznables que ha sembrado muerte, horror y miedo. En el fondo de cada acto de guerra está la lucha por el predominio, el poder, la riqueza, el orgullo de raza, el miedo, la venganza.
Muchas de esas guerras han tomado como bandera aparentes fines justificables como la religión, la fe, el honor, la defensa de la patria y del bien común, se ha matado en nombre de dios o de distintos dioses, como si el gran creador lo hubiese ordenado o porque su nombre ha sido mancillado o blasfemado. Y aunque así lo hubiesen hecho algunos grupos, Dios padre no lo justificaría ni lo ordenaría.
En la antigua India, con la finalidad de detener tanta maldad, los textos sagrados védicos consignaron la palabra Ahimsa que significa «no herir, no dañar», en términos generales, «no violencia» y es una de las virtudes más importantes de muchos cultos hindúes. Uno de los primeros pasos de Ahimsa consiste en eliminar nuestra naturaleza animal. Precisamente este método lo retomó y popularizó Gandhi en los años 30. Para Gandhi la No violencia no consistía en renunciar a toda lucha real contra el mal. Al contrario, entabla una campaña activa contra el mal que la ley del Talión, cuya naturaleza misma, da por resultado el desarrollo de la perversidad. Ante lo inmoral, Gandhi, mediante una oposición mental y moral trató de enmohecer la espada del tirano, no cruzándolo con un acero mejor afilado sino defraudando su esperanza al no ofrecer resistencia física alguna. En todo caso ofreció una resistencia del alma que escaparía a su asalto. Esta resistencia primeramente cegará al enemigo y luego lo obligará a doblegarse. Y el hecho de doblegarse no humillará al agresor sino que lo dignificará. Y así fue como doblegó al imperio inglés, con la fuerza del amor y una moral basada en una mente equilibrada, libre de deseos y venganza.
A pesar de estos grandiosos ejemplos y el de otros avatares como Jesús, Buda y Krishna, entre otros, las sociedades modernas siguen enfrascadas en la violencia, la guerra, las discordias. La ley del amor olvidada y soterrada en el fondo de los corazones humanos. Es por ello que urge retomar la práctica de ahimsa que consiste en desarrollar el amor. Ahimsa es el amor universal. Donde hay amor, hay ahimsa. Donde hay ahimsa, hay amor y servicio desinteresado. Están indisolublemente unidos. El mensaje de los santos y profetas de todos los tiempos y tradiciones es el mensaje del amor, de la no-violencia. La no-violencia es el mejor medio para disfrutar paz y dicha constantes.
El maestro Sivananda sostenía que el hombre alcanza la paz a partir de no dañar a las criaturas que le rodean. Formas sutiles de violencia Ahimsa implica una absoluta abstinencia de causar daño alguno a cualquier criatura viva, ya sea de pensamiento, palabra u obra… Para no dañar son necesarias mente, boca y manos inofensivas. A medida que practicamos ahimsa el odio es reemplazado por el amor. Pero la violencia no sólo se limita al uso de medios físicos para provocar violencia, Sivananda estimaba que la no-violencia va más allá de no dañar físicamente a ninguna criatura viva. El voto de ahimsa se rompe simplemente por mostrar desprecio hacia otro hombre, por tener antipatía hacia alguien, por mostrarse mal encarado con los demás, por odiar a cualquier persona, por abusar de alguien, por hablar mal de otros, por murmurar o difamar o, por cobijar pensamientos de odio. Toda palabra desagradable implica himsa (violencia). Herir los pensamientos de los demás por medio de gestos, expresiones, el tono de voz y palabras duras es también himsa. Menospreciar o mostrar una descortesía deliberada hacia una persona, ante los demás, es un daño irreparable. Negarse a ayudar a la persona que sufre, es una manera de dañar. (continuará)

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