Disciplina y carácter
Prócoro Hernández Oropeza
En el trabajo espiritual y en cualquier actividad humana se requiere disciplina. La palabra disciplina etimológicamente proviene del latín “discipulus” y significa imponer un orden necesario para poder llevar a cabo un aprendizaje. Aunque también se puede decir a quien se somete a una disciplina con el fin de capacitarse. De pequeño tenía una aversión a la palabra disciplina, entendida esta como algo negativo, una imposición, actividad forzosa producto de una orden que se debía cumplir so pena de ser sancionado.
Tienes que hacer esto, aquello, de lo contrario no habrá domingo, no sales a jugar, no hay tv… Con el paso del tiempo, la palabra disciplina ha adquirido otro valor, muy importante para mi desarrollo humano, intelectual y espiritual. Esto significa convertirme en discípulo de mí mismo. John Willard Marriott, fundador de la cadena mundial de hoteles que llevan su apellido, sostenía que la disciplina es la base del carácter y el carácter la base del desarrollo. Es verdad, sin disciplina no puede haber carácter. Observen esto en una familia disfuncional donde nadie impone reglas o se relajan demasiado la disciplina de suerte que los hijos hacen lo que quieren y hasta mandan a sus padres, los controlan. Cómo será su vida, obvio, entre la anarquía, la falta de carácter y por lo mismo no apto para hacer frente a sus responsabilidades.
Responsabilidad es la habilidad de responder ante cualquier circunstancia, no se evaden, se enfrentan y logran hacerlo aquellos que han forjado un carácter y ese carácter lo ha adquirido a base de disciplina. No entendemos que aquello que nos piden hacer tendrá indudablemente un beneficio en mi personalidad, en mi carácter. Ejemplos existen muchos. En una ocasión platiqué de un alumno del maestro Sivananda que dejó su carrera militar para aprender la ciencia del alto yogui y espiritualidad en la escuela de ese maestro. Cuando llegó lo primero que le pusieron a realizar fue limpiar los baños todos los días y constantemente. Esto molestó sobremanera a ese nuevo discípulo, que más tarde llegó a llamarse Visnudevananda, uno de sus mejores discípulos. El alumno se quejaba y pedía que lo invitaran a aprender, pues él quería ser un alto yogui. Así pasó más de seis meses. Más tarde lo subieron de puesto, ahora debería espantar los monos que se metían a la cocina a robar alimentos. Otra ofensa para ese alumno. Luego de un año de pruebas, porque eso eran, pruebas para saber si estaba dispuesto a acatar las reglas, la disciplina y a iniciar una nueva vida. Pero lo fundamental era que al limpiar los baños primero y luego espantar los monos le ayudó a forjar una mente más controlada. Era para limpiar la basura mental y esa mente changa que va de un lado a otro, que no para. Así es nuestra mente, llena de cochambre y constantemente saltando del pasado al futuro, del futuro al pasado.
La disciplina, aún siendo una orden u obligación, la puedo acatar desde dos perspectivas: una en resistencia, haciendo lo que debo hacer o estoy obligado a realizar con resentimiento, enojo, odio e infelicidad o con aceptación y en relajación, felicidad, amor y paz. Cuando se realiza desde la aceptación voy a ponerme en alerta para aprender nuevas lecciones de vida a través de estas experiencias. Y cuando lo hago en aceptación, con esfuerzo consciente y padecimiento voluntario, si realizo una práctica de meditación y yoga y por ello me debo levantar todos los días a las cinco de la mañana, me levantaré llueva o truene. Lo llevaré a cabo sencillamente porque es un compromiso conmigo y no debo faltar a mi palabra. Lo mismo haré si tengo un trabajo donde existen reglas, cuotas de trabajo, desavenencias con los compañeros o con los jefes. Al aceptar el trabajo acepto al mismo tiempo las obligaciones y disciplinas que ahí se dictan, me gusten o no. Si no me agradan o van contra mi esencia, mis convicciones buscaré otro que me agrade y me ayude a progresar.
En el trabajo espiritual y en cualquier actividad humana se requiere disciplina. La palabra disciplina etimológicamente proviene del latín “discipulus” y significa imponer un orden necesario para poder llevar a cabo un aprendizaje. Aunque también se puede decir a quien se somete a una disciplina con el fin de capacitarse. De pequeño tenía una aversión a la palabra disciplina, entendida esta como algo negativo, una imposición, actividad forzosa producto de una orden que se debía cumplir so pena de ser sancionado.
Tienes que hacer esto, aquello, de lo contrario no habrá domingo, no sales a jugar, no hay tv… Con el paso del tiempo, la palabra disciplina ha adquirido otro valor, muy importante para mi desarrollo humano, intelectual y espiritual. Esto significa convertirme en discípulo de mí mismo. John Willard Marriott, fundador de la cadena mundial de hoteles que llevan su apellido, sostenía que la disciplina es la base del carácter y el carácter la base del desarrollo. Es verdad, sin disciplina no puede haber carácter. Observen esto en una familia disfuncional donde nadie impone reglas o se relajan demasiado la disciplina de suerte que los hijos hacen lo que quieren y hasta mandan a sus padres, los controlan. Cómo será su vida, obvio, entre la anarquía, la falta de carácter y por lo mismo no apto para hacer frente a sus responsabilidades.
Responsabilidad es la habilidad de responder ante cualquier circunstancia, no se evaden, se enfrentan y logran hacerlo aquellos que han forjado un carácter y ese carácter lo ha adquirido a base de disciplina. No entendemos que aquello que nos piden hacer tendrá indudablemente un beneficio en mi personalidad, en mi carácter. Ejemplos existen muchos. En una ocasión platiqué de un alumno del maestro Sivananda que dejó su carrera militar para aprender la ciencia del alto yogui y espiritualidad en la escuela de ese maestro. Cuando llegó lo primero que le pusieron a realizar fue limpiar los baños todos los días y constantemente. Esto molestó sobremanera a ese nuevo discípulo, que más tarde llegó a llamarse Visnudevananda, uno de sus mejores discípulos. El alumno se quejaba y pedía que lo invitaran a aprender, pues él quería ser un alto yogui. Así pasó más de seis meses. Más tarde lo subieron de puesto, ahora debería espantar los monos que se metían a la cocina a robar alimentos. Otra ofensa para ese alumno. Luego de un año de pruebas, porque eso eran, pruebas para saber si estaba dispuesto a acatar las reglas, la disciplina y a iniciar una nueva vida. Pero lo fundamental era que al limpiar los baños primero y luego espantar los monos le ayudó a forjar una mente más controlada. Era para limpiar la basura mental y esa mente changa que va de un lado a otro, que no para. Así es nuestra mente, llena de cochambre y constantemente saltando del pasado al futuro, del futuro al pasado.
La disciplina, aún siendo una orden u obligación, la puedo acatar desde dos perspectivas: una en resistencia, haciendo lo que debo hacer o estoy obligado a realizar con resentimiento, enojo, odio e infelicidad o con aceptación y en relajación, felicidad, amor y paz. Cuando se realiza desde la aceptación voy a ponerme en alerta para aprender nuevas lecciones de vida a través de estas experiencias. Y cuando lo hago en aceptación, con esfuerzo consciente y padecimiento voluntario, si realizo una práctica de meditación y yoga y por ello me debo levantar todos los días a las cinco de la mañana, me levantaré llueva o truene. Lo llevaré a cabo sencillamente porque es un compromiso conmigo y no debo faltar a mi palabra. Lo mismo haré si tengo un trabajo donde existen reglas, cuotas de trabajo, desavenencias con los compañeros o con los jefes. Al aceptar el trabajo acepto al mismo tiempo las obligaciones y disciplinas que ahí se dictan, me gusten o no. Si no me agradan o van contra mi esencia, mis convicciones buscaré otro que me agrade y me ayude a progresar.
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