La fotografía y los recuerdos



Prócoro Hernández Oropeza

Nuestra vida está plagada de imágenes fotográficas, unas a color, otras en blanco y negro, unas más en sepia o con más o menos mega pixeles, todo dependerá del impacto de esos recuerdos en nuestra vida. Así como algunas familias o personas gustan archivar sus fotografías en gruesos álbumes o en cuadros aquellas que mayormente representan los momentos más significativos, también cada uno posee sus propios álbumes en su memoria de los momentos destacables de sus vidas o también los tristes o dolorosos.
Pero al fin de cuentas, esas fotografías son parte del pasado que ya sólo nos sirven como punto de referencia para saber de dónde venimos o qué impacto o secuela dejó en nuestra psique. Es como si viera la fotografía de mi padre, que murió tiempo ha. Sólo puedo ver ese momento en que oprimí el obturador y quedó plasmada una fracción de su esencia, un aspecto de su personalidad o semblante. Y depende del tipo de relación que haya habido con él, o de mi estado de ánimo en el momento que vea su imagen serán las reacciones emotivas que se generen en mí.
A mi, llegan todavía recuerdos de la infancia sobre aquellas mañana veraniegas donde la niebla cubría a todo el pueblo y sólo se podía divisar a uno a dos metros; era como caminar a ciegas. O bien cuando las noches estaban libres de nubes se podía admirar un cielo esplendoroso con miles de estrellas y la vía láctea se dibujaba como un ancho camino de estrellas.
O cuando desde la ventana de la casa de mis padres podía ver cuatro enormes titanes: el Pico de Orizaba al fondo, enfrente a la Malinche y a un costado el Popocatépetl y el Ixtacíhuatl. De este último, en pleno invierno se apreciaba muy bien el perfil de la mujer acostada y cubierta por una sábana de nieve. De vez en cuando, Don Goyo, (el Popo) echando fumarolas de humo.
Ese tipo de fotografías siguen grabadas en mi psique, no lo dudo y sólo me provocan, por ahora, cierta nostalgia, pero ya no determinan mi trayecto por esta senda que he tomado. Me encantan más este tipo de fotografías que las que he tomado con mi cámara fotográfica. No tengo nada en contra de la fotografía, pese a que me gusta tomarlas y aparte en mi tiempo de juventud estudié fotografía en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM.
Al respecto, el gran poeta desaparecido José Emilio Pacheco escribió un poema que se titula:
Contra la Kódak
Cosa terrible es la fotografía.
Pensar que en estos objetos cuadrangulares
Yace un instante de 1952.
Rostros que ya no son. Aire que ya no existe
Porque el tiempo se venga
De quienes rompen el orden natural deteniéndolo,
Las fotos se resquebrajan, amarillean.
No son la música del pasado:
Son el estruendo
De las ruinas internas que se desploman.
No son el verso, sino el crujido
De nuestra irremediable cacofonía.
Es verdad, las fotografías, con el tiempo se resquebrajan, se amarillean, se vuelven polvo. En vez de música del pasado, son estruendos que hacen ruido en nuestra memoria, en nuestra psique. Tal vez por ello, algunas comunidades indígenas se oponen a que les tomen fotografías. Ellos piensan que cada imagen robada por esa cámara, les roba al mismo tiempo parte de su alma. ¿Y qué pasa con la fotografía digital? Todo mundo tiene acceso a un aparato para captar imágenes, basta un simple teléfono, los famosos smartphones, Ipods e Ipads para garbar una imagen y no sólo eso, se suben a las redes sociales y empiezan a circular por todo el globo. Vivimos un mundo de imágenes más que de palabras. No se sabe como esto afectará nuestro lenguaje, nuestra psique, nuestras vidas. Por lo menos, si se presentase una catástrofe planetaria y todo se destruyera, los nuevos pobladores encontrarían mucho material para conocer nuestra historia, no se romperían tanto la cabeza como los historiadores modernos que enfrentaron muchos obstáculos para descifrar jeroglíficos, runas y otros lenguajes antiguos.

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