Pitágoras, ¿qué es el alma humana?

Prócoro Hernández Oropeza
En la escuela pitagórica, los iniciados deben pasar por tres grados, se había dicho: 1. El silencio, 2. La purificación y 3. La Evolución espiritual, pero hay uno más que había omitido y es la Epifanía. Hoy tocamos acerca la Evolución espiritual. Los adeptos, luego de haber recibido los principios de la ciencia, ahora se deben descender de las alturas, de lo alto absoluto a las profundidades de la naturaleza para comprender cómo se desenvuelve el pensamiento divino en la formación de las cosas y en la evolución del alma.
Pitágoras les explica que la evolución material y la espiritual del mundo son dos movimientos inversos pero paralelos y concordantes con toda la escala del ser. La evolución material representa la manifestación de Dios en la materia por el alma del mundo que la trabaja. En cambio la espiritual representa la elaboración de la consciencia en las nómadas individuales y su tentativa de unirse, a través del ciclo de vidas, con el espíritu divino de que ellas emanan. Ver al universo como un ser vivo, animado por una gran alma y penetrado por una gran inteligencia. De esta forma los iniciados entendían la que la tierra es para nosotros la región de la vida corporal. Aquí se operan las encarnaciones y desencarnaciones de las almas. Por este planeta han pasado otras razas que han sucumbido a través de cataclismos, como la atlante. Entonces se pregunta Pitágoras ¿cuál es el grande, el punzante, el eterno misterio? Se responde que es el alma, quien descubre en sí misma un abismo de tinieblas y de luz, que se contempla con una mezcla de encanto y temor y se dice: “Yo no soy de este mundo, porque él no basta para explicarme. No vengo de la tierra y voy a otra parte. ¿Pero adónde?” He ahí la frase que estaba en el portal del Santuario de Delfos: “Hombre, conócete a ti mismos y conocerás al universo y a los Dioses.” Es el secreto de los iniciados y para penetrar a esa puerta estrecha en la inmensidad del universo invisible es necesario despertar en nosotros la vista directa del alma purificada y armarnos con la antorcha de la inteligencia, de la ciencia de los principios y de los números sagrados.
Luego preguntaba a sus alumnos: ¿qué es el alma humana? Una parcela del mundo, una brasa del espíritu divino, una mónada inmortal. Para llegar a ser lo que es ha debido pasar por distintos procesos, de mineral, a vegetal, luego animal hasta llegar a ser humano. Y cuanto más asciende la mónada en la serie de los organismos más se desarrollan los principios latentes que en ella están. Y lo más importante, en la medida que se enciende la antorcha vacilante de la consciencia esta alma se vuelve más independiente del cuerpo, más capaz de llevar una existencia más libre. De aquí deduce que el alma humana solo viene del cielo y al él vuelve después de la muerte.
Otra aspecto no menos importante al que llega Pitágoras es: “! Qué de viajes, qué de ciclos planetarios atravesar aún, para que el alma humana así formada se convierta en el hombre que conocemos! De acuerdo a las tradiciones esotéricas de India y Egipto, los que conformamos la humanidad actual hemos comenzado nuestra existencia en otros planetas, donde la materia es mucho menos densa que en la tierra. El cuerpo del hombre era casi vaporoso, sus encarnaciones ligeras y fáciles, con facultades de percepción espiritual directa muy poderosa y sutiles en la primera fase humana. En ese estado semicorporal el hombre veía espíritus, todo era esplendor y encanto y música para su audición. Oía hasta la armonía de las esferas. Pero después encarnó sobre planetas más y más densos y encarnado en una materia más densa, la humanidad ha perdido su sentido espiritual. La tierra ha sido el último escalón de este descenso en la materia, al que Moisés llama la salida del paraíso. Por ello los maestros afirman que este planeta es un planeta de contención de tanta maldad y aquí se viene a sanar el alma. Y solamente cuando el hombre adquiere por su acción la consciencia y el poder de lo divino, entonces solamente llega a ser un hijo de Dios.
De ahí que Pitágoras nos habla de esta trinidad: espíritu, alma y cuerpo. Ese espíritu, actuando en el fondo de los cielos como en la tierra debe tener un órgano; este órgano es el alma viviente, sea bestial o sublime, obscura o radiante, pero teniendo la forma humana (cuerpo), es la imagen de Dios, una emanación de Él. (Continuará)

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