Pitágoras, la palabra sagrada

Prócoro Hernández Oropeza
Las razones por las que Pitágoras eligió Crotona como sede de su academia se debieron, entre otras, a que no sólo quería enseñar su doctrina esotérica a un círculo de iniciados o elegidos, sino aplicar sus principios a la educación de la juventud e influir en la vida de la sociedad y el estado. Además de que las ciudades griegas asentadas en el golfo de Tarento eran más liberales y menos influidas por la demagogia. Pitágoras era demasiado riguroso para la admisión de alumnos y decía que “No toda la madera sirve para hacer un mercurio.” Así que luego de meses de observación y pruebas, los alumnos escogidos eran sometidos a las pruebas decisivas, una imitación menos severa que las pruebas iniciáticas egipcias.
Una de las pruebas morales consistía en encerrar al discípulo en una celda desnuda. En una pizarra le pedían que buscara el sentido de, por ejemplo: ¿Qué significa el triángulo inscrito en el círculo? Si lograba pasar todas las pruebas entonces empezaba su verdadera vida de discípulo y noviciado y ahora debía cursar tres grados: Primer grado, Preparación o el silencio, 2. Purificación y 3. Perfección.
En el primer grado, los novicios se someten a la regla absoluta del silencio, sin derecho a realizar cualquier objeción al maestro, ni discutir sus enseñanzas. Sólo las reciben con respeto y meditando profundamente sobre ellas. Para recalcar esto se le mostraba al novicio una estatua de mujer envuelta en amplio velo y un dedo sobre los labios; la musa del silencio. El objetivo de esta práctica era para desarrollar en sus capacidades la facultad primordial y superior del hombre, que es la intuición. Aquí también se hacía honrar a la trinidad, al gran Padre/Madre y al hijo. El gran Padre llamado Júpiter, la madre Cibeles, que produce los astros o Deméter que genera los frutos y flores y a ellos el hijo debe honrar. Sobre todo se inculcaba que los diversos dioses en apariencia, eran en el fondo los mismos en todos los pueblos, sólo con diferentes nombres.
En el segundo grado, Purificación, el de los números o la teogonía. El maestro recibía al noviciado en su morada y le aceptaba solemnemente y aquí conmenzaba la verdadera iniciación. En esta parte se les enseñaba de forma razonada y completa la doctrina oculta, desde los principios contenidos en la ciencia de los misterios de los números, hasta las últimas consecuencias de la evolución universal en los destinos y fines supremos de la divina psiquis o alma humana.
Esta ciencia se condensa en un libro escrito por el maestro, llamado Hieros logos, La palabra sagrada. En ella se da la clave del Ser, de la ciencia y de la vida. Esta ciencia pregona que la obra de iniciación consiste en aproximarse al gran Ser, procurando tener con él puntos de semejanza, volviéndose tan perfecto como fuera posible, dominando las cosas con inteligencia. “Vuestro propio ser, vuestra alma, ¿no son un microcosmos, un pequeño universo?, se preguntaba Pitágoras. Entonces lo que se trata es de realizar la unidad en la armonía y aquellas discordias han de desaparecer. Entonces y sólo entonces, Dios descenderá en vuestra conciencia, luego participaréis de su poder y haréis de vuestra voluntad la piedra del hogar, el altar de Hestia, el altar de Júpiter. A la gran madre, Pitágoras le dice Hestia o Cibeles, no importa el nombre, es el eterno femenino, la parte femenina de Dios, el Padre, cuyo nombre tampoco importa, puede ser Apolo o Júpiter, o Krishna. Como sostiene Pitágoras, es el mismo Dios, sólo con nombres distintos. Pues dice Pitágoras: Dios, la substancia invisible, tiene por número la Unidad que contiene el infinito, por nombre el de Padre creador o Eterno-masculino, por signo el fuego, símbolo del espíritu, esencia de todo. Este es el primer principio. De ahí que la Dyada creadora representa la unión del Eterno Masculino y del Eterno Femenino en Dios, las dos facultades divinas esenciales y correspondientes. Antes, Orfeo había expresado esta idea poéticamente en el siguiente verso: “Júpiter es el espos y la Esposa divinas, Padre/Madre”, no como las actuales religiones del mundo pregonan sólo la parte masculina de Dios y se han olvidado del eterno femenino, la Gran Madre. (Continuará)

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