A desalambrar
Prócoro Hernández Oropeza
Cuando era estudiante universitario estaban de moda las canciones folklóricas o también llamado canto latinoamericano. Canciones que retrataban las aspiraciones de una generación que clamaba una sociedad más igualitaria, sin lucha de clases, sin hambre, con justicia y libertad. Uno de esos cantos se titulaba “A desalambrar” que instaba a eliminar las barreras y repartir las tierras. Obviamente cuestionaba a aquellos grandes terratenientes que habían acaparado grandes extensiones de tierra y una de sus primeras estrofas decía:
“Yo pregunto a los presentes/ si no se han puesto a pensar/ que esta tierra es de nosotros/ y no del que tenga más. Yo pregunto si en la tierra/ nunca habrá pensado usted/ que si las manos son nuestras/ es nuestro lo que nos den. A desalambrar, a desalambrar!/ que la tierra es nuestra,
es tuya y de aquel,/ de Pedro y María, de Juan y José.”
Un canto, sin duda, revolucionario y anhelante de un paraíso terrenal, una utopía, dirán otros. De hecho todos anhelamos una nueva arcadia, un edén donde nadie esté arriba de otro. Una sociedad armónica, fraternal, solidaria, equitativa y amorosa. Las religiones nos prometen esa arcadia cuando muramos y la podremos alcanzar si aquí nos portamos bien, somos respetuosos y amantes de una divinidad. En parte es verdad y parte no.
La sabiduría de los antiguos maestros nos señala que ese edén ya existió aquí en la tierra, un paraíso del cual fuimos desterrados por desobedientes. Eso lo indican los diversos libros sagrados de todas las culturas ancestrales. Y esa arcadia se puede construir aquí mismo. De hecho, los grandes sabios afirman que aquí volverá a surgir de entre las cenizas de nuestra civilización. Por ello instan a realizar un trabajo interno mediante esfuerzos conscientes y padecimientos voluntarios.
Los esfuerzos conscientes consisten en realizar un trabajo permanente de auto observación, un anhelo por la divinidad o más bien para recuperar nuestra divinidad, entendiendo que somos una esencia divina y como tal pertenecemos a Dios, no a la oscuridad, no a los yoes. No somos esta personalidad revestida por los diversos roles que asumimos en nuestra cotidianidad, somos seres de luz que hemos caído en la oscuridad y sólo vemos nuestras limitaciones, nuestras frustraciones y sufrimiento.
Los padecimientos voluntarios son aquellas labores que nos proponemos realizar para alcanzar esa divinidad; son trabajos conscientes como la auto observación permanente de nuestros pensamientos, emociones, acciones; discernir de dónde vienen: de nuestro Ser o de los egos, para finalmente decidirnos por los de nuestra divinidad. Disciplinar nuestra mente y emociones a través de la meditación, la oración, la comprensión. Son padecimientos voluntarios porque es posible que algunas acciones, tales como meditar, por ejemplo, me obliguen a levantarme todos los días a las cinco de la mañana. Eso implica un padecimiento porque dedico horas de sueño a un trabajo consciente, un trabajo que he elegido para mi propio bien.
A desalambrar nos insta a destrabar esas barreras que se han tendido en nuestra psique o alma. Barreras impuestas por nuestros agregados psicológicos o yoes. A desidentificarnos de esos egos que quieren más tierras, más poder, más riqueza, más felicidad, más amor. Pero lo buscan afuera y buscan también a Dios en las alturas, a ese que hallarán cuando desencarnen. A desalambrar nuestra psique de aquellos obstáculos que nos impiden ver esa divinidad que existe en nuestro interior. Esto significa que el cielo lo podemos tomar por asalto, esto es construirlo desde ahora aquí en la tierra, en este preciso instante. Vivir como si ya estuviéramos en el paraíso y caminar y disfrutar cada momento de mi vida como si ya fuese un santo o un iluminado. Convertirnos en un instrumento divino que cuando me expreso, es Dios hablando a través de mi boca, amando como Él ama, viviendo como Él ama.
Cuando era estudiante universitario estaban de moda las canciones folklóricas o también llamado canto latinoamericano. Canciones que retrataban las aspiraciones de una generación que clamaba una sociedad más igualitaria, sin lucha de clases, sin hambre, con justicia y libertad. Uno de esos cantos se titulaba “A desalambrar” que instaba a eliminar las barreras y repartir las tierras. Obviamente cuestionaba a aquellos grandes terratenientes que habían acaparado grandes extensiones de tierra y una de sus primeras estrofas decía:
“Yo pregunto a los presentes/ si no se han puesto a pensar/ que esta tierra es de nosotros/ y no del que tenga más. Yo pregunto si en la tierra/ nunca habrá pensado usted/ que si las manos son nuestras/ es nuestro lo que nos den. A desalambrar, a desalambrar!/ que la tierra es nuestra,
es tuya y de aquel,/ de Pedro y María, de Juan y José.”
Un canto, sin duda, revolucionario y anhelante de un paraíso terrenal, una utopía, dirán otros. De hecho todos anhelamos una nueva arcadia, un edén donde nadie esté arriba de otro. Una sociedad armónica, fraternal, solidaria, equitativa y amorosa. Las religiones nos prometen esa arcadia cuando muramos y la podremos alcanzar si aquí nos portamos bien, somos respetuosos y amantes de una divinidad. En parte es verdad y parte no.
La sabiduría de los antiguos maestros nos señala que ese edén ya existió aquí en la tierra, un paraíso del cual fuimos desterrados por desobedientes. Eso lo indican los diversos libros sagrados de todas las culturas ancestrales. Y esa arcadia se puede construir aquí mismo. De hecho, los grandes sabios afirman que aquí volverá a surgir de entre las cenizas de nuestra civilización. Por ello instan a realizar un trabajo interno mediante esfuerzos conscientes y padecimientos voluntarios.
Los esfuerzos conscientes consisten en realizar un trabajo permanente de auto observación, un anhelo por la divinidad o más bien para recuperar nuestra divinidad, entendiendo que somos una esencia divina y como tal pertenecemos a Dios, no a la oscuridad, no a los yoes. No somos esta personalidad revestida por los diversos roles que asumimos en nuestra cotidianidad, somos seres de luz que hemos caído en la oscuridad y sólo vemos nuestras limitaciones, nuestras frustraciones y sufrimiento.
Los padecimientos voluntarios son aquellas labores que nos proponemos realizar para alcanzar esa divinidad; son trabajos conscientes como la auto observación permanente de nuestros pensamientos, emociones, acciones; discernir de dónde vienen: de nuestro Ser o de los egos, para finalmente decidirnos por los de nuestra divinidad. Disciplinar nuestra mente y emociones a través de la meditación, la oración, la comprensión. Son padecimientos voluntarios porque es posible que algunas acciones, tales como meditar, por ejemplo, me obliguen a levantarme todos los días a las cinco de la mañana. Eso implica un padecimiento porque dedico horas de sueño a un trabajo consciente, un trabajo que he elegido para mi propio bien.
A desalambrar nos insta a destrabar esas barreras que se han tendido en nuestra psique o alma. Barreras impuestas por nuestros agregados psicológicos o yoes. A desidentificarnos de esos egos que quieren más tierras, más poder, más riqueza, más felicidad, más amor. Pero lo buscan afuera y buscan también a Dios en las alturas, a ese que hallarán cuando desencarnen. A desalambrar nuestra psique de aquellos obstáculos que nos impiden ver esa divinidad que existe en nuestro interior. Esto significa que el cielo lo podemos tomar por asalto, esto es construirlo desde ahora aquí en la tierra, en este preciso instante. Vivir como si ya estuviéramos en el paraíso y caminar y disfrutar cada momento de mi vida como si ya fuese un santo o un iluminado. Convertirnos en un instrumento divino que cuando me expreso, es Dios hablando a través de mi boca, amando como Él ama, viviendo como Él ama.
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