Qué padre
Prócoro Hernández Oropeza
Celebremos al padre. Que es el día del padre, que padre. Todo está bien padre, está padrísimo tu nuevo carro. Sí, las referencias al padre son siempre padres, buena onda, nada despectivo ni groserías como cuando nos referimos a la madre. No vale la pena mencionarlas para no ofender a este maravilloso género, al eterno femenino.
El día del padre se ha institucionalizado como un ritual más dentro del panteón de las efemérides. Así como a otra persona y en otras circunstancias le dio por celebrar a la madre, a una estadounidense, Sonora Smart Dodd se le ocurrió la idea de hacerlo con su padre; él era un veterano de la guerra civil y había enviudado joven, quedándose a cargo de sus cinco hijos. Este festejo del Día del Padre comenzó a divulgarse por muchas ciudades, mismas que lograron en, 1924, llegar a oídos del entonces presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, para que nombrara un día nacional para celebrar a los padres.
En 1966, el presidente Lyndon B. Johnson firmó documento que declaraba al tercer domingo de junio como Día del Padre en Estados Unidos, y a partir de entonces varios países latinoamericanos tomaron la idea y la hicieron vigente hasta estos años. Y como en toda celebración, cuyo origen pudo haber sido inspirado por una justa y noble razón, con el paso del tiempo la mercadotecnia ha convertido a estas celebraciones como rituales para el consumismo, poco para valorar la magnitud o el papel de un padre o una madre en la conformación de una familia.
Está bien celebremos al padre, a ese ser maravilloso que habita no sólo en el sexo masculino, también en la mujer. Esa polaridad en donde radican los valores y la sabiduría, porque en la madre se halla el amor y las virtudes. El padre está en la cabeza, la madre en el corazón. El padre debe guiar con la sabiduría, la madre con el amor y las virtudes.
Ser padre es una gran responsabilidad, sobre todo porque tenemos la obligación, no sólo de educar a los hijos, también cuidarlos, alimentarlos y guiarlos. Aunque ese papel se ha ido modificando en el sentido de que hoy la madre ha dejado su papel pasivo o sencillo de ama de casa y se ha insertado en roles activos que antes sólo ocupaban los hombres y por lo mismo también es otra proveedora de alimentos y dinero para la manutención de la familia.
Cuando me tocó jugar el papel de padre para mí fue un reto un poco difícil, no sólo al principio sino durante el crecimiento de mis hijos. Nunca antes nos enseñaron o nos inculcaron algunos conocimientos para ejercer el rol de padres. La mayoría fuimos aprendiendo en el camino, aplicando los programas, comportamientos o valores con los que nos educaron nuestros padres. Tanto la madre como el padre, con ese pobre conocimiento, educamos o mal educamos a nuestros hijos y muchas veces, sobre todo cuando estaban en la adolescencia, las cosas se complicaban.
Ahora comprendo que la mejor forma de educar a los hijos es con el ejemplo, con el buen ejemplo, sobre todo si estos se basan en las virtudes y el amor. Mi padre murió recientemente y sólo durante los últimos años reconocí en él esas virtudes. Tenía sus debilidades, como todo hombre, pero predicó con el ejemplo y sembró semillas de amor en cada uno de sus hijos. Esto no lo percibí cuando joven, ni aún más tarde, sólo después de haber descubierto cómo germinaron esas semillas en mí. Ahora sé que por algo vine a nacer en esta familia, no fue casualidad, simplemente vine a vivir experiencias y a tener aprendizajes con mi padre, aprendizajes que me han obligado a encontrar respuestas acerca de mi verdadera identidad.
Celebremos al padre. Que es el día del padre, que padre. Todo está bien padre, está padrísimo tu nuevo carro. Sí, las referencias al padre son siempre padres, buena onda, nada despectivo ni groserías como cuando nos referimos a la madre. No vale la pena mencionarlas para no ofender a este maravilloso género, al eterno femenino.
El día del padre se ha institucionalizado como un ritual más dentro del panteón de las efemérides. Así como a otra persona y en otras circunstancias le dio por celebrar a la madre, a una estadounidense, Sonora Smart Dodd se le ocurrió la idea de hacerlo con su padre; él era un veterano de la guerra civil y había enviudado joven, quedándose a cargo de sus cinco hijos. Este festejo del Día del Padre comenzó a divulgarse por muchas ciudades, mismas que lograron en, 1924, llegar a oídos del entonces presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, para que nombrara un día nacional para celebrar a los padres.
En 1966, el presidente Lyndon B. Johnson firmó documento que declaraba al tercer domingo de junio como Día del Padre en Estados Unidos, y a partir de entonces varios países latinoamericanos tomaron la idea y la hicieron vigente hasta estos años. Y como en toda celebración, cuyo origen pudo haber sido inspirado por una justa y noble razón, con el paso del tiempo la mercadotecnia ha convertido a estas celebraciones como rituales para el consumismo, poco para valorar la magnitud o el papel de un padre o una madre en la conformación de una familia.
Está bien celebremos al padre, a ese ser maravilloso que habita no sólo en el sexo masculino, también en la mujer. Esa polaridad en donde radican los valores y la sabiduría, porque en la madre se halla el amor y las virtudes. El padre está en la cabeza, la madre en el corazón. El padre debe guiar con la sabiduría, la madre con el amor y las virtudes.
Ser padre es una gran responsabilidad, sobre todo porque tenemos la obligación, no sólo de educar a los hijos, también cuidarlos, alimentarlos y guiarlos. Aunque ese papel se ha ido modificando en el sentido de que hoy la madre ha dejado su papel pasivo o sencillo de ama de casa y se ha insertado en roles activos que antes sólo ocupaban los hombres y por lo mismo también es otra proveedora de alimentos y dinero para la manutención de la familia.
Cuando me tocó jugar el papel de padre para mí fue un reto un poco difícil, no sólo al principio sino durante el crecimiento de mis hijos. Nunca antes nos enseñaron o nos inculcaron algunos conocimientos para ejercer el rol de padres. La mayoría fuimos aprendiendo en el camino, aplicando los programas, comportamientos o valores con los que nos educaron nuestros padres. Tanto la madre como el padre, con ese pobre conocimiento, educamos o mal educamos a nuestros hijos y muchas veces, sobre todo cuando estaban en la adolescencia, las cosas se complicaban.
Ahora comprendo que la mejor forma de educar a los hijos es con el ejemplo, con el buen ejemplo, sobre todo si estos se basan en las virtudes y el amor. Mi padre murió recientemente y sólo durante los últimos años reconocí en él esas virtudes. Tenía sus debilidades, como todo hombre, pero predicó con el ejemplo y sembró semillas de amor en cada uno de sus hijos. Esto no lo percibí cuando joven, ni aún más tarde, sólo después de haber descubierto cómo germinaron esas semillas en mí. Ahora sé que por algo vine a nacer en esta familia, no fue casualidad, simplemente vine a vivir experiencias y a tener aprendizajes con mi padre, aprendizajes que me han obligado a encontrar respuestas acerca de mi verdadera identidad.
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