Pitágoras y los misterios egipcios
Prócoro Hernández Oropeza
Primera parte
Se sabe que muchos maestros realizados o ascendidos, antes de su entronización o iluminación fueron a Egipto a estudiar los misterios iniciáticos. ¿Qué conocimientos, sabiduría o rituales poseían los egipcios que tantos maestros, sobre todo muchos filósofos y pensadores griegos fueron a beber de esa sabiduría de Ra, Osiris o de Hermes Trismegisto? Después Jesús pasó por esas escuelas herméticas o iniciáticas y no sólo egipcias también de la India y de otras escuelas esotéricas.
Esa sabiduría egipcia se pierde en las tinieblas del tiempo, diez mil o más años antes y tan avanzada estaba que muchos filósofos griegos fueron a beber de ella. La doctrina egipcia ya concebía al hombre como un ser tripartito; posee un cuerpo –“khet”-, un espíritu –“ka”- y un alma –“ba”-, siendo “ka” la inteligencia divina que anima a toda criatura viviente, y el “ba” la personalidad espiritual, la voluntad, el alma humana. Estas concepciones influyeron en los misterios griegos de Eleusis, influencia que viene a demostrar una profunda acción de la mística egipcia en la realidad y el pensamiento griegos. Realmente las ideas osiríacas se imponen por completo a los misterios griegos y les transmiten la concepción egipcia del alma y de la vida del más allá. Los misterios de Eleusis enseñan que el alma sigue exactamente la suerte de Dionisos: vive primero en el Uno, y luego, mezclada con la materia, adquiere conciencia de sí misma asociándose a una personalidad humana, para volver después de la muerte a Dionisos y fundirse con él en el reino de los espíritus. Este es el mismo el destino que los egipcios le asignan al alma.
Pitágoras es uno de esos sabios que viajó a Egipto para ser instruido e iniciado en esos misterios sagrados. Se cuenta que Pitágoras fue hijo de una acaudalado comerciante de sortijas de Samos y su madre una hermosísima mujer llamada Pharthenis. Luego de nacer, sus padres llevan a Pitágoras con una pitonisa de Delfos, quien les pronostica que su hijo será útil a la humanidad de entonces y la de todos los tiempos. Al cumplir un año, el hijo es llevado al templo de Adonai, en una región apartada de Líbano para que recibiera las bendiciones de manos del sumo sacerdote. El sacerdote pronostica casi lo mismo que la pitonisa y les dice: “Oh orgullosos padres de Jonia, su hijo será grande por su sabiduría, deben ser conscientes de que los griegos son dueños de una de las ciencias de los dioses, pero la verdadera, la de dios está solamente en Egipto.”
Con el paso del tiempo, Pitágoras es admirado por apuesto, mesurado, justo, observador y de inteligencia sumamente brillante. Como otros maestros, Pitágoras sobrepasa a sus instructores y se sumerge en las agitadas aguas de la búsqueda interior y sostiene que todo lo que le rodea y ve y hasta lo que no puede apreciar por los órganos de los sentidos, tienen razón de ser y nada es gratuito o inútil en el universo. De tal suerte que no sólo es un hombre de ciencia, sino un ser humano religioso y un místico.
Como su madre siempre le recuerda las palabras del sumo sacerdote del templo de Adonai, Pitágoras sabe que debe ir a Egipto. Es ayudado por el dictador de Samos, Polícrates, quien le recomienda con su amigo, el faraón de Egipto llamado Amasis. Se traslada a Heliópolis, la ciudad del Dios Ra o Dios del Sol y Amasis lo presenta con los sumos sacerdotes de Menphis. Al principio los sacerdotes se resistían a admitir a un extranjero, pero por la recomendación del Faraón, lo reciben y la vida iniciática para el joven Pitágoras no fue fácil. Estos sumos sacerdotes se dedicaban a cultivar la astronomía y el ascetismo y se autodenominaban como los que ven y se defienden de las indiscreciones de la impiedad de los profanos. Con ello dan a entender que sus conocimientos son secretos, herméticos, lo mismo que sus rituales e iniciaciones a los que son sometidos sus discípulos. Luego de realizar grandes pruebas físicas e intelectuales, finalmente los sacerdotes egipcios, aunque también había caldeos y persas, Pitágoras es iniciado en los grandes misterios egipcios y en los conocimientos verdaderos, al que no todo mundo accede. (Continuará)
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