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Prócoro Hernández Oropeza
La mayoría vivimos acosados o envueltos por las circunstancias y avatares de nuestra vida. Perdidos en los proyectos, metas, ilusiones o deseos. Uno de ellos es posiblemente la búsqueda de felicidad, la armonía, la paz interior, dicha perpetua y por más que buscamos aquí, allá y acullá, no se dejan ver. Algunos posiblemente la encuentran por momentos, por instantes o posiblemente, si han realizado un trabajo psicológico interior profundo, ya se conectaron con esa fuente de la eterna felicidad. Esa fuente es nuestra divinidad, nuestro Dios interior.
Vivimos una nueva era, la de Acuario. Es la era de mucha información, avances tecnológicos increíbles e interesantes cambios de paradigmas que antes eran inamovibles. Las personas tenemos acceso a mucha información y podemos conectarnos con nuestros semejantes en cualquier parte del planeta a través del internet y con tecnología que antes sólo percibíamos como inventos utópicos de la cinematografía.
Con tanta información, sino sabemos discriminar, podemos ahogarnos o perdernos en este mundo laberíntico donde el Minotauro exige sacrificios. Si hace siglos Sócrates, que era un gran sabio afirmaba: “Sólo sé que no sé nada”, ahora menos sabemos, a pesar de que casi todos tenemos acceso a la educación y a este mundo globalizante de la información. Pues una cuestión es el conocimiento y otra la sabiduría, a esto se oponía Sócrates. La sabiduría de Sócrates no consistía en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos y sabios, por supuesto.
La acumulación de conocimientos nos ayuda a entender las relaciones y complejidades del mundo que habitamos, pero no nos aporta esa felicidad ansiada. Nos brinda caminos, atisbos de luz y escasos momentos de armonía, pero no la verdadera felicidad. Existe otro conocimiento, es el conocimiento interior, aquel que nos permite comprender quiénes somos en realidad, cuál es nuestra misión en esta vida, por qué vivimos en la dualidad, por momentos felices en otros tristes o apesadumbrados por los problemas o dramas cotidianos; cómo trascender esos guiones cansinos de sufrimiento y agobio.
Las circunstancias de nuestro entorno, positivas o negativas, van a continuar ahí afuera, a nuestro alrededor, dependerá de nosotros cómo las aceptamos y comprendemos y para ello tenemos dos opciones: vivirlas en sufrimiento y resistencia o en felicidad y amor. Es difícil para el común de la gente esta segunda opción. Si roban mi carro o llega un tipo, me insulta y golpea, se preguntará como voy a aceptar eso con agrado y amor. Simplemente comprendiendo que esto no fue fortuito o por casualidad, sino por causalidad; reacción a una acción que provoqué en esta o en otras vidas, ley del karma.
Esta comprensión sólo será posible cuando sabemos de dónde vienen nuestros miedos, ira, tristeza, sufrimiento. Esto requiere un profundo auto conocimiento interior. Por lo común la gente entiende que si alguien me golpea debo responder con otro golpe. Jesús decía: Si alguien te golpea pon la otra mejilla. Esta enseñanza se ha malentendido; él nos está hablando de un proceso psicológico interior. Es observar la reacción de mí mismo a esos insultos o palabras que me provocan el deseo intenso de responder al agresor. Jesús pide que no insulte, sólo me limite a observar todo aquello que está afectando mi pensar, sentir y hacer y aprender que es innecesaria la reacción. La principal función del ego es la provocación, por lo tanto, con consciencia puedo decirle al agresor ¿por qué lo haces?

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