Y la luna eras tú


Prócoro Hernández Oropeza

Los poetas suelen describir con precisión matemática los estados de ánimo del hombre, del alma. Su gran agudeza, que proviene de un nivel elevado de su conciencia, puede retratar con suma claridad, la ira, la congoja, el desamor, la melancolía. En el siguiente poema del gran poeta andaluz Antonio Gala, describe, tomando a la luna como pretexto, un dejo de melancolía, de ausencia y tristeza:
Y la luna eras tú.
Una luna creciente, blanca, fría.
Mirabas hacia el mar y hacia las cosas
que no eran yo.
Y con cuánto silencio te gritaba
-creciente, blanco, frío yo también-:
«Mírame, mírame,
ay, mírame mirarte...»
Con cuánto silencio te gritaba, es sin duda una metáfora para expresar la desesperación o el ansía de ser amado. Y la luna eras tú, una luna creciente, blanca, fría que miraba hacia el mar y hacia las cosas, pero no a mí. Cuánto desdén, cuánto dolor. Expresa ese dolor que sienten aquellos que no se saben amados y buscan la llave de la felicidad afuera, en otras personas.
El ser humano, sin saberlo, busca el amor afuera cuando no sabe amar. Y si es despreciado se siente abandonado, precisamente porque por dentro está hueco, no hay amor. Como es adentro es afuera.
En este otro poema maravilloso, denominado bahía, Antonio Gala toma a la bahía como otro pretexto para manifestar esa soledad, ese abandono y una tristeza que cala hasta los huesos.
Bahía
¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa
costumbre de tus alas
que refrescan el aire y renuevan la luz?
Sin ti, ni el pan ni el vino,
ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso
color de la mañana
tienen ningún sentido ni para nada sirven.
Allá fuera está el mar,
allá fuera, en el mundo, estás tú.
Comiendo tú sin mí:
tu hambre, tu pan, tu vino y tu mañana.
Yo aquí, ante los manteles opacos
y la bebida amarga,
ante platos sin sabor ni colores.
Lo intento, sí, lo intento, pero cómo
comer sin ti, ni para qué...
Tú te has llevado tu olor a bosque
y el gusto de la vida.
Fuera están mar y aire.
Dentro, yo solo frente a la mesa puesta
que ha perdido su voz y su alegría.
Allá afuera está el mar, estás tú. Dentro yo solo frente a la mesa puesta. Cuánta angustia por el ser amado, ante platos sin sabor ni colores. Es obvio que la bahía ni la otra persona tienen la culpa de cómo se siente esa persona o cómo me sentiría yo, si fuera este escribidor el protagonista del drama. Por lo general, cuando existe ignorancia de las leyes del amor se siente así o peor, pensando que el otro ser amado se ha llevado el olor de mi bosque y el gusto de la vida.
Vivimos esos dramas cuando echamos la culpa a otros de lo que pasa en nuestro interior, en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos. Es posible que la otra persona, a quien echamos la culpa de nuestros estados de ánimo ni sienta remordimiento ni pena por nuestra angustia. Somos nosotros los creadores de nuestros dramas. Adentro cargamos con una serie de patrones o programas que nos obligan a responder de esa forma, mediante el sufrimiento ante cualquier embate o circunstancia. Cuando somos responsables de nuestras creaciones sólo observamos de dónde vienen esas angustias y no nos identificamos con ellas. De antemano entiendo que eso pertenece a una parte de mi alma, una parte contaminada por los pensamientos y sentimientos tóxicos o egos; ellos son los que provocan mis estados de ánimo, pero no soy eso. Acepto que soy una esencia divina y como tal soy la otra parte, la parte iluminada de mi psique, que es amor, son las virtudes, la verdad, la luz. Sólo un ser de luz que experimenta estos estados para trascenderlos, no para sufrirlos, no para vivirlos en el drama y la angustia.

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