MAdre divina y eterna


Prócoro Hernández Oropeza
Fuimos traídos a este mundo por una mujer, nuestra madre. Nuestra bendita Madre. De acuerdo a la sabiduría antigua, antes de nuestra raza, la quinta raza aria, existieron otras cuatro: la hiperbórea, polar, lemúrica y la atlante. En la Biblia se afirma que Dios, el Padre creó a Adán, el primer hombre sobre la tierra y lo materializó a imagen y semejanza suya. Luego lo hizo caer en sueño profundo, tomó una de sus costillas y de esta Jehová Dios formó a una mujer y la trajo al hombre. En realidad es una metáfora y esto sucedió, de acuerdo a los maestros de la sabiduría antigua, en la Lemuria. Antes éramos hermafroditas y en la Lemuria estas polaridades, masculino y femenino y neutro se separaron y apareció el hombre y la mujer, tal como nos vemos ahora. Esas razas vivían en el paraíso pero cayeron en el error al comer de la fruta del árbol de enmedio y nos desterraron a esta tercera dimensión con cuerpos densos y con una vida limitada y acotada por el tiempo, el trabajo y las enfermedades.
Para que exista creación se requieren estas tres polaridades, masculino, femenino y neutro; positivo, negativo y neutro; padre, madre e hijo. El universo mismo existe gracias a estas energías. Por eso Dios es padre y es madre. No es sólo un ente masculino, como lo revelan las diversas corrientes religiosas. Desde esta perspectiva, poseemos varias madres y no sólo una, la física. La madre cósmica, la madre tierra o Gaia, la madre física y nuestra madre íntima o interior.
En estos días se celebra, de manera ordinaria y mundana, a la madre. Se le festeja en medio de bombardeos publicitarios y con rituales mercantiles, oropeles y sentimientos de culpa y lástima. No con el verdadero amor, no con el corazón, ni con la idea de estar frente a una persona que posee múltiples cualidades y una de ellas es precisamente el amor. Ellas, las madres, son el reflejo vivo del amor porque cuida a su hijo desde que está en el vientre y siempre está pendiente de su vástago hasta que muere.
La madre cósmica es la que creó este y todos los universos, las galaxias, planetas, estrellas, todo lo que existe a nuestro alrededor. La madre tierra es la que nos da el sustento, el hogar, este hermoso planeta. Es un ser vivo, pero debido a nuestra ignorancia estamos hiriéndola de muerte, acabando con los recursos naturales, sus bosques, sus aguas, su cielo.
La madre física nos dio vida física y nos amamantó. Nos prodigó su amor y ternura y es a quien debemos amar y respetar siempre. Ver en ella al eterno femenino, esa energía de amor y gracia, de belleza y sanación. Pero somos tan irrespetuosos que cuando vemos a una mujer la ofendemos, la denigramos con la mirada, con los piropos, la mentada de madre, con ese machismo de poca monta que nos hace creer somos superiores a ellas.
En cada uno de nosotros, hombre o mujer también existe esa trinidad: padre, madre e hijo. El padre, lo masculino está en la cabeza, es el intelecto, los valores, sabiduría; la madre está en el corazón, que son las virtudes, el amor y el hijo o espíritu santo que habrá de nacer en nosotros, nuestro Cristo interior. Ese Cristo nace de los valores y sabiduría del padre y las virtudes de la mujer cuando encarnen estas manifestaciones. Visto de esta manera, nuestra madre, nuestra divina madre es la que nos da vida, nos protege y la que nos ayudará a trascender esta vida ordinaria, plena de insatisfacciones, dramas y sufrimientos. Ella, la divina madre es la guerrera interna que nos ayuda a eliminar la lepra, la oscuridad en nuestra psique y liberará a nuestra esencia divina para integrarla a nuestro gran Ser, esa chispa de Dios que habita en nosotros, en vuestro interior.

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