El vacío de la mente


Prócoro Hernández Oropeza
Cuando una persona se pone a meditar intenta acallar la mente y entrar a un profundo silencio. No obstante cuando no tiene control de esa mente loca, cualquier ruido, por insignificante que sea le provoca distracciones, lo hace salir de la meditación o le lleva al enfado. He conocido incluso maestras de yoga que cuando imparten sus clases y afuera alguien provoca ruidos, por ejemplo golpear una pared o encender un auto, manda a uno de sus alumnos a decirles se callen mientras dura su clase.
Una persona que posee control de su mente puede mantener la calma, aún en medio de una calle ruidosa o una estación de trenes, ante una gran tormenta. Anthony de Mello ilustra esta situación con un cuento denominado Vacío. “En ocasiones, los ruidosos visitantes ocasionaban un verdadero alboroto que acababa con el silencio del monasterio.
Aquello molestaba bastante a los discípulos; no así al maestro que parecía estar contento con el ruido como con el silencio.
Un día, ante las protestas de los discípulos, les dijo: <>”.
Cuando un maestro ha vencido a sus egos, es claro que ha vencido a su mente loca y la ha puesto al servicio de su Ser. De esta forma puede permanecer inmune ante cualquier ruido o distracción. Recuerdo una experiencia que tuve en la central de camiones. Fui a esperar un maestro yogui que provenía de una ciudad cercana. Al preguntar en el mostrador a la encargada de los boletos para saber a qué horas llegaba el autobús en que viajaba el maestro, la chica me indicó que debido a un percance en el camino, el camión llegaría con dos horas de retraso.
Ante una larga espera decidí cerrar mis ojos y entrar en meditación. Al principio empecé distinguir los diversos ruidos que llegaban de la sala de espera. Evité no identificarme con ellos, sólo intenté captar los sonidos. No interpretarlos es no darle oportunidad a la mente a que distinguiera que un sonido era un claxon, o voces o ruidos de motores. Poco a poco la mente se fue calmando y los diversos ruidos se convirtieron en un concierto musical indescriptible y entré en un estado profundo de paz y bienestar.
Por ello, tiene razón Anthony de Mello, cuando afirma que el silencio no es la ausencia de sonido o ruidos, sino la ausencia de egos. Cuando estos, los yoes, se manifiestan en nuestra mente, nos indican que ante tal ruido no se puede meditar, suplican les pida se callen; otros egos piden que mejor detenga la meditación y la haga en otra hora más conveniente, otros más proponen poner música para atenuarlos. En fin, esa mente egoica es la que impide entrar en meditación profunda y encontrar la paz y la dicha interior.
Esa mente, controlada por nuestros agregados psicológicos, es el mayor obstáculo para llegar a una meditación profunda. Una meditación que nos lleva a la ausencia de pensamientos, al vacío o lo que los budistas denominan el vacío iluminador.
Cuando practicamos la meditación, nuestra mente es asaltada por muchos recuerdos, deseos, pasiones, preocupaciones, etc. Debemos evitar el conflicto entre la atención y la distracción. Existe conflicto entre la distracción y la atención cuando combatimos contra esos asaltantes de la mente. El "yo" es el proyector de dichos asaltantes mentales. Donde hay conflicto no existe quietud ni silencio.
Los "pájaros-pensamientos" deben pasar por el espacio de nuestra propia mente en sucesivo desfile, pero sin dejar rastro alguno. La infinita procesión de pensamientos proyectados por el "yo" al fin se agota y, entonces, la mente queda quieta y en silencio. Un gran Maestro auto-realizado dijo: "Solamente cuando el proyector, es decir, el "yo", está ausente por completo, entonces sobreviene el silencio, que no es producto de la mente. Este silencio es inagotable, no es del tiempo, es lo inconmensurable, sólo entonces adviene Aquello que es". Adviene la luz, la sabiduría, el contacto con nuestra fuente infinita de amor y paz interior.

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