Meditación, pan de los sabios II

Prócoro Hernández Oropeza
Nadie nos enseñó en cómo aprender a dormir, solos desde pequeños lo hicimos de forma natural. Si nos sentíamos cansados y adormilados, simplemente cerrábamos los ojos y a dormir. Así es la meditación, ésta no se puede enseñar; tal como el sueño, sólo se hace y se experimenta. El sueño no está en poder de nadie, simplemente llega. Es lo mismo en la meditación, llega por sí sola, sobreviene.
La práctica es fundamental para que la meditación sea más fácil, porque uno de sus principales obstáculos es aquietar la mente, esa mente changa que brinca de un lado a otro. Una vez que se aquieta viene el silencio. Lo más difícil es detener a esa mente. ¿Qué hacer cuando la mente no quiere obedecer? Los grandes maestros de la meditación afirman que se le debe hablar fuerte y decirle: “Mente, ¿por qué no me obedeces? Tú eres mi siervo. ¡Obedéceme! ¿Qué es lo que tú quieres?”. Es posible que en algún momento esa mente nos conteste: “Yo deseo tal cosa o quiero esto o aquello”. Entonces hay que decirle: “Lo que tú deseas, mente, no sirve. Es falso, ¡obedéceme! Yo soy tu conciencia y debes obedecerme, mente”.
Así como los amansadores tratan a los caballos indómitos, así se le debe tratar a esa mente parlanchina, enseñarle que debe obedecer y convertirse en un sirviente del Ser. De eso se trata la meditación. No de detener la mente, sino ponerla al servicio del alma, de nuestra conciencia superior. Esto significa invertir los papeles; en vez de que la mente nos domine y nos convierta en sus esclavos, que ella se subordine a nuestra consciencia.
La quietud de la mente es uno de los propósitos de la meditación, pero no el fundamental. Una vez quieta, cuando está en silenció adviene lo nuevo. Y si no llegase es porque esa mente, en otros planos psicológicos muy profundos, aún está deseando algo, hay deseos o problemas sumergidos en la psiquis. Nuevamente se le debe encarar y saber lo que desea y volverla a confrontar, hacerle saber que lo que quiere es absurdo, que nos deje en paz, no nos moleste. Estos son los procesos para dominar a esa mente cansina, amasándola como a un potro salvaje y cuando aprenda a estar quieta y en silencio adviene la liberación de la esencia, la liberación de la consciencia y entonces podremos disfrutar del éxtasis de Dios, de la fuente del amor, la sabiduría y la dicha.
Otro aspecto fundamental en la meditación es el lugar donde se realiza esta actividad. De preferencia se debe contar con una habitación especial, sino es posible se hace necesario dividirla con un biombo y ese lugar se debe usar sólo para la meditación. Se requiere mantenerla libre de otras vibraciones y asociaciones, quemar incienso y poner un altar con las divinidades de nuestra preferencia. A medida que la meditación se repite, las vibraciones poderosas que se proyectan, éstas se fijan en la habitación.
Con la práctica de la meditación desparece la dualidad y se alcanza el estado de superconsciencia o Samadhi, el estado superconsciente que lograron los místicos de todas las religiones y creencias. Se puede comenzar la meditación con periodos de 10, 20, 30 minutos y hasta llegar a una hora. Sostienen los maestros que si se practica la meditación diariamente durante media hora, se es capaz de enfrentar la vida con paz y fortaleza espiritual. Esto porque la energía divina fluye hacia el meditante durante su práctica y ejerce una influencia benigna sobre la mente., nervios, órganos de los sentidos y del cuerpo. También nos abre la puerta del conocimiento intuitivo y de la región de la dicha eterna.



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