El poder de la palabra

Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com

La palabra es un instrumento muy poderoso. Un simple sonido puede provocar hasta la muerte o derramar muchas lágrimas. La palabra es como una espada afilada, es fuego, aunque también puede ser un consuelo, un remanso, un bálsamo para un corazón adolorido.
Porque con la palabra creamos nuestro entorno y circunstancias, se hace necesario cuidar lo que sale de nuestra boca. De hecho nuestro vocabulario, nuestro lenguaje refleja lo que somos realmente. Mediante el lenguaje podemos expresar palabras, pensamientos y emociones divinas o palabras altisonantes, hirientes, irrespetuosas, maliciosas. La palabra es como una espada, que bien afilada puede herir o salvar una vida.
Cuántas veces hemos enfrentado situaciones donde las palabras pueden herir o causar la muerte. Cierta ocasión, un conocido sufría de un dolor de ciática producto de dos caídas. El dolor era infernal y después de pasar por varios médicos y terapeutas, incluyendo acupuntura y medicina alternativa, recurrió a una institución de salud al que estaba asegurado. Luego de sendos estudios de tomografía y rayos X, asistió con el médico ortopedista; éste le diagnosticó artrosis degenerativa provocada por la edad. El médico en cuestión le dijo al paciente que tendría que aceptar su molestia, incluyendo el dolor severo porque a su edad era imposible una operación. La resignación fue la palabra que usó el médico para decirle que ya no había cura para su enfermedad.
Si el paciente hubiese aceptado tajantemente esa palabra, resignación, sufrimiento, se hubiera dado por derrotado y mentalmente asumir esa sentencia. Afortunadamente por su pensamiento había signos de esperanza, de tal suerte que un familiar le recomendó a un excelente quiropráctico de trayectoria intachable. Y aunque vivía en la capital del estado, fue a visitarlo y en dos sesiones, en el lapso de un mes, quedó totalmente sano. Las palabras de este quiropráctico, al contrario del ortopedista, fueron de alivio y confort. Desde mañana, le dijo, ya puedes correr, cargar cosas pesadas, bailar, hacer lo que se te venga en gana.
Es verdad, a diario somos bombardeados por miles de palabras, mensajes y ellas moldean nuestro destino; lo hacen sino somos conscientes de su poder, pero sobre todo debo darme cuenta que de mi depende su impacto en mi vida, en mi conducta, en mi accionar. Entonces aquí hay dos aspectos a trabajar: por un lado observar qué tipo de palabras, mensajes pensamientos llegan a mi mente y tratar de no identificarme con ellas, sólo observar y decantar para tomar lo mejor de ellas. Segundo, observar qué tipo de pensamientos, palabras son recurrentes en mí. Si expreso palabras suaves, divinas, amorosas, compasivas o hirientes, altisonantes, despreciativas, recriminatorias.
Tal como lo expreso en el siguiente poema:
El hombre
El hombre es un poema
Y cada palabra suya
Es el canto de dios
O la blasfemia de sus infiernos
Expresión del universo
Reflejo de sus miedos
Es un acto de amor
O una maldición de su ego.

Cuando alguien encarna al Dios viviente en cada uno de nos, nos convertimos en un poema, una bella flor y cada palabra es el canto de Dios, su expresión, su voz. Si somos manifestación de nuestros egos o demonios internos, estaremos expresando blasfemas, oscuridad, miseria, ignorancia, arrogancia, juicios y maldiciones. O expresamos la verdad de Dios, que es amor, sabiduría, luz o manifestamos el miedo, el sufrimiento, la parte más corrupta de nuestra psique.
Con la palabra creamos, tenemos ese don, pero somos inconscientes de ello. Sí sólo salieran por nuestra boca palabras amorosas, virtuosas y compasivas, esa sería nuestra realidad, un mundo pleno de luz, amor y armonía.

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