Ciencia y religión


Prócoro Hernández Oropeza
Para explicar el origen de los universos, galaxias, planetas, soles y todo lo que en ellos habita, incluyendo a la humanidad, existen dos grandes corrientes: por un lado las distintas disertaciones filosóficas desde el plano meramente racional o intelectual y por otro, el de las varias religiones que han surgido en este planeta desde que existe razón de la presencia del hombre en ella.
La primera, la intelectual, descalifica la existencia de un omnipotente, omnisciente o un creador de la vida y todo tipo de existencia material en este y en otros universos, galaxias y planetas. Para esta corriente, Dios es un invento del hombre, que ante su ignorancia para explicar el movimiento del sol, las estrellas, la lluvia, los truenos o de cualquier evento, éste imaginó que todo fue producto de un Ser todo poderoso; los dioses fueron producto de su imaginación. De ahí surgieron los dioses, semidioses y la causa causorum de todo lo existente. Usan a la ciencia como el instrumento veraz, contundente y comprobable de que todo fue producto del caos o de un azar misterioso y para ello han elaborado cientos de hipótesis acerca de cómo se generó la vida y los universos, entre ellos la evolución darwiniana de las especies y por supuesto de la vida humana.
Para las distintas religiones, todo fue creado por un Ser, el Ain, el gran Invisible o eterno padre Cósmico Común, la infinitud que todo lo sustenta, el Aelohim omnimisericordioso, el espacio abstracto absoluto, el incognoscible e inmanifestado. En estas características todos los avatares o grandes maestros que han legado este conocimiento, en distintas épocas y lugares, coinciden. Jesús, Krisna, Rama, Buda, Zoroastro, Hermes Trismegisto, Tláloc todos hablan de ese gran sol, del invisible e inmanifestado, del cual venimos y algún día tendremos que retornar.
Esos maestros nos legaron sus enseñanzas y los caminos para comprender nuestro origen y el mapa para retornar a casa. Pero lejos de comprender sus mensajes, generamos religiones, dogmas y dioses, aparentemente distintos y hasta contra puestos. Y en nombre de ellos hemos generado guerras, enconos y envidias. El islamismo contra el cristianismo; judíos contra palestinos; guerras fratricidas de hermanos contra hermanos. Sí, fratricidas porque al final de cuentas, los grandes santos nos han dicho que todos formamos una sola familia proveniente de un Gran Padre/Madre común; todos somos hermanos, sin importar raza, edad ni clase social.
Los que niegan que esta sabiduría legada es científica ni comprobable, se equivocan. No sólo esos maestros han tenido experiencias con esos grandes misterios, cualquier ciudadano puede entrar esos espacios sutiles y comprobar la presencia y la existencia de esos maestros, que no están muertos. Ellos viven y habitan en otras dimensiones. Aquellos que se conectan con esas luces indudablemente han cambiado su idea de la religión. Saben por experiencia que el gran Padre/Madre es uno, el Uno y que posee muchas emanaciones a través de las cuales podemos entrar en contacto con su sabiduría, su amor, su luz. Por ello, esos seres se convierten maestros o avatares porque son los instrumentos de Dios, son su voz.
Ellos no ven diferencia entre los distintos dioses que la humanidad ha manifestado. Al contrario, saben que cada uno de nosotros somos una emanación de Dios, en cada uno de nosotros existe esa chispa divina y aman a todo lo que les rodea; son pura expresión del amor, la felicidad, la sabiduría. En el versículo de Juan 4:20, literalmente dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”. Cuando esta sentencia se haga realidad, desaparecerán las religiones, se reconocerá a un solo creador y no habrá más guerras ni discordias.

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