Mira cuántos impostores


Prócoro Hernández Oropeza

La palabra impostor se aplica a la persona que se hace pasar por otra o que engaña con apariencia de verdad. En nosotros existen muchos impostores que se han apropiado de nuestra verdadera identidad, la han suplantado y hablan, piensan y actúan por nosotros. Lo malo es que nosotros se los permitimos, nos identificamos con esos impostores porque creemos que eso somos.
Esos impostores engañan, no sólo a nosotros, también a nuestros amigos o con quienes tenemos tratos y relaciones de diferentes clases. Unos nos impelen a presentarnos como personas buenas, generosas o iracundas, miedosas, exitosas o fracasadas. Nos hacen que nos pongamos diferentes caretas o máscaras, (personalidades) que en verdad no son nuestra verdadera identidad.
Lo malos es que por ignorancia o por mucha identificación con esos roles, no nos damos cuenta. Dejamos que esos impostores nos controlen. Si supiéramos que nuestra verdadera identidad es verdad, es sagrada, ya nos hubiésemos librado de esos impostores. En una parte de la India se suele saludar con el mantra Sat Nam, mi identidad es sagrada, con ello estamos recordando nuestro origen, recordándoles a esos impostores que nuestra identidad es divina. No soy el impostor del enojo, la envidia, avaricia, orgullo, lujuria, gula o pereza, soy una esencia de Dios, una partícula divina y por tanto pertenezco a Dios. Mi origen es sagrado, sólo que algún día, en una de mis tantas vidas, me desvíe del sendero de luz, caí en la oscuridad, en el sufrimiento, en la ilusión de esos impostores.
El impostor es un farsante, suplantador, estafador, simulador, engañador, tramposo, embaucador y falsario. Como está suplantando mi esencia entonces me creo sus cuentos y pienso que soy todo lo que representa el impostor. ¡Oh mi Dios, qué hacer ante tal felonía! Lo primero es denunciarlo, desenmascararlo y cada vez que quiera suplantarme, desidentificarme de él. Si viene un enojo, no aceptarlo y observar qué me está causando el enojo. Por lo general echamos la culpa a otros de nuestro enojo, cuando en realidad no es así. Es el ego o impostor del orgullo que se siente menos o lastimado o vituperado por el impostor de otra persona.
Veo a una hermosa mujer y el impostor de la lujuria siente el deseo de poseerla, de inmediato detener esa identificación y en vez de caer en la tentación de la lascivia, ver en esa mujer a una diosa; ver a Dios, a lo sagrado en cada persona con la que me relaciona. No identificarme con sus impostores, sino sólo con su identidad, con su verdad sagrada. Sat nam.
Si de pronto algo en mi siento deseos de poseer poder o fama y riqueza, decirle al impostor de la codicia que no necesito nada de eso; si el dinero llega, está bien, la disfrutaré y nada más, no la buscaré o si la fama viene a mí, fluiré en su energía sin dejarme llevar por su fuerza ni depender de ella, ni de nadie más.
Diré a esos impostores que mi grandeza es divina y no requiero de su ayuda, ni de sus placeres, mentiras, ofrecimientos y demás falacias. Así como Jesús cuando fue tentado por Lucifer, responderé: Vete, Satanás, porque la Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios y sírvele sólo a él.” Sat Nam, mi identidad es sagrada, divina.

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