Hombres sin historia


Prócoro Hernández Oropeza

Los hombres sin historia son la historia, aduce el cantautor cubano Silvio Rodríguez y se pregunta también: ¿Quién lo ayuda a ir al cielo, por favor? ¿Quién puede asegurarle la otra vida? Apiádense del hombre que no tuvo Ni hijo, ni árbol, ni libro.
Y es verdad, todos de una u otra forma somos partes de la historia. La gran diferencia es que unos somos del montón, formamos parte del decorado, de un set, sea político, familiar, social, deportivo, de la farándula o de la sociedad en general. Significa que unos trascienden la mecanicidad de la vida, dejan de ser parte de esos decorados y se convierten en seres que hacen otro tipo de historia y sus huellas quedan grabadas con letras de oro en el libro de la vida. No importa que no haya tenido ni un hijo, ni un árbol, ni escrito un libro.

Recuerdo que cuando leí el libro de Stephen Covey me cautivó aquella parte donde cuestiona sobre lo siguiente. “Imagina que un día aparcas tu coche en el parking de una funeraria. Entras en el edificio siguiendo a la gente hacia la sala principal. Una música suave suena de fondo. Te contagia el sentimiento de tristeza por la pérdida de un ser querido. Caminas por el pasillo central bordeado por los bancos donde familiares y amigos hablan bajito secándose las lágrimas. Te acercas al féretro para ver al difunto y descubres que estás cara a cara contigo mismo. Es tu propio funeral en algún momento del futuro. Todos los presentes han venido a expresar sentimientos de amor y aprecio hacia ti”. En el programa se habla de que habrá tres tipos de intervenciones; la de tus familiares, la de los amigos y la tercera, de los compañeros del trabajo.

Ahora piensa, continúa Covey: ¿Qué cosas te gustaría que esas personas dijesen de tí?, ¿qué tipo de esposo/a, padre, madre, hijo/a,… has sido?, ¿cuáles son las cualidades como persona con las que tus amigos te definirían?, ¿qué resaltarían tus compañeros de trabajo de las experiencias compartidas juntos?, ¿qué huella has dejado en todos ellos? Es un excelente ejercicio para darnos cuenta qué queremos ser, a dónde queremos llegar, quiénes somos. Todos esto lo resume Stephen señalando que la gente altamente efectiva empieza con un fin en mente. Covey recomienda que para saber cómo actuar en la vida, debemos definir primero el objetivo que queremos conseguir. Y al final, en realidad, ese objetivo se resume en la sensación que hemos dejado en las personas que nos han rodeado a lo largo de nuestra existencia. Dejar una huella, pueden ser éxitos materiales o espirituales o una combinación de ambos y que realmente hayan transformado, además de nuestra vida, la de quienes nos rodearon.
Buda, en sus cuatro Nobles Verdades y el Óctuple Camino también lo enseñó. Precisamente la primera etapa de ese camino óctuple es la Visión Perfecta, es decir el objetivo de nuestra vida, una visión y una misión clara. Es el despertar de nuestro insomnio, abrir los ojos y escuchar la guía de nuestros maestros internos. Nuestro despertar es producto de un trabajo interior de conexión con esos guías y ser expresión de su sabiduría, amor y luz.
De esta forma no necesitamos preguntar, como lo expresó Silvio Rodríguez:
“¿Quién lo ayuda a ir al cielo, por favor?
¿Quién puede asegurarle la otra vida?
Apiádense del hombre que no tuvo
Ni hijo, ni árbol, ni libro.”

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