El codicioso no tiene llenadera


Prócoro Hernández Oropeza
La codicia es una de las siete legiones egoicas que asolan a la humanidad. Es el deseo por poseer más y más; más poder, más dinero, más amor, más mujeres, propiedades, hasta más desarrollo espiritual que otros. Sí, la codicia no tiene límites porque en el aspirante espiritual el deseo de ser más despierto que otro, sentirse más cerca de Dios que otros es una verdad inapelable.
Aunque la codicia se ha manifestado desde que la humanidad llegó a esta tercera dimensión, luego del destierro del paraíso, en las sociedades modernas ésta se manifiesta con mayor intensidad. Es una sociedad de consumo que usa todos los medios disponibles para arengar al ciudadano a estar comprando y consumiendo todo lo más posible. Por todos lados y ámbitos está expuesto a los bombardeos publicitarios y propagandísticos para generarle el deseo de comprar y consumir. La economía se ha basado en esas leyes del mercado, denominadas de oferta y demanda. Los industriales, empresarios o la llamada iniciativa privada genera bienes de servicio y productos para el consumo y para que su empresa prospere y genere riqueza, el ciudadano debe consumir lo que produce. Si se detuviera el consumo, la demanda, las industrias y sus dueños se verían afectados. Por ello se recurre a todo tipo de argucias para convencer al cliente a que consuma en todo momento. Se le crea el deseo y el hábito de compra.
Pero resulta que ese consumismo, en vez de generar felicidad, provoca sufrimiento, enfermedades, estrés y más hambre. Mayor riqueza para quienes producen los bienes y servicios y miseria para quienes están al margen del aparato productivo. Alguien dijo que cuanto más progreso económico realiza una sociedad, más infelices son sus integrantes.
La codicia se define como el deseo de poseer más de lo que se tiene; obsesión por querer más de lo que se ha logrado. Y cuando no se cumplen sus expectativas, el individuo sufre, siente un vacío existencial, se cree un paria, un fracasado. Es un círculo vicioso que nos lleva a perder de vista lo que de verdad necesitamos. La codicia nace de una carencia interior no saciada, y de la creencia de que podremos llenar ese vacío con poder, dinero, reconocimiento y, en definitiva, con un estilo de vida materialista, basado en el consumo y el entretenimiento.
¿Cómo detener la codicia? Ante todo darnos cuenta que en nuestro interior existen agregados psicológicos que se sienten insatisfechos. El ego de la codicia que exige y exige, siempre desea más y más. Más poder, riqueza, mujeres, bienes materiales y como nos identificamos con ese agregado, pensamos que esa es nuestra verdadera identidad y sufrimos, cuando en realidad quien sufre es ese yo de la codicia. Si renunciamos a ese yo, podemos vivir con lo que tenemos a la mano. Sin expectativas, sin deseos, porque como lo dijo Buda, el deseo es el origen del sufrimiento. Sólo disfrutar la vida con lo que nos ha tocado vivir, con lo que nos aporta el dinero que percibimos. Vivir como las aves; ellas viven el día a día y son felices, siempre trinando. Ellos no sufren ni se preocupan, buscan y encuentran alimento.
Existen casos de personas que han dejado de usar la moneda, en principio para demostrar que pueden vivir al margen de la sociedad mercantil y en segundo, enseñando que existen otros caminos para sobrevivir sin penalidades, aún al margen de la sociedad de consumo. Los más felices son aquellos que no poseen riqueza, ni poder, simplemente disfrutan su vida momento a momento. Somos una esencia divina y nuestros mayores deseos son vivir en plena armonía y en la práctica de las virtudes, siempre.

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