La música y el alma
Prócoro Hernández Oropeza
¿Qué sería de los humanos sin la música? Sin duda un mundo sórdido, triste, apagado, sombrío. Es a través de la música que el hombre le canta a sus penas y a sus glorias, a la tristeza y al amor. A través de ella podemos trasladarnos de la nostalgia o tristeza a los estados más sublimes del alma.
Recuerdo aquellos tiempos de estudio en la ciudad de México, allá en los 80’s. Después de vivir en el pacífico, primero en Mazatlán, luego en Puerto Vallarta, donde el don de gentes, la naturaleza, el mar son maravillosos, vivir en una gran urbe, era para mí como algo no muy halagador. La ciudad de México tiene indudables encantos también como su cultura, sus teatros, universidades, el centro histórico con tantas postales de recuerdos, arquitectura, vendimias y pasiones, pero también es una ciudad con mucho ajetreo; una ciudad que camina con prisa. Todos allá parecen perseguidos por el tirano del tiempo. Pero el recuerdo del que les hablo son aquellas islas que a alguien se le ocurrió construir; una a un costado del castillo de Chapultepec y otra en el parque Hundido, en la avenida Insurgentes.
En mis tiempos libres, luego de horas de estudio, me iba uno de esos dos lugares. Ahí había cómodos sillones y altavoces alrededor. La gente llegaba a descansar un rato, leer el periódico o un libro, pero principalmente a oír música, clásica por supuesto. En ese tiempo no había ipads ni ipods, ni teléfonos móviles, por lo que ir ahí era como aislarse del bullicio de la gran ciudad. Cualquiera podía acercarse al dispensador de música y solicitarle pusiera una pieza o a un autor en particular. La música era un remanso para el alma.
Y lo es, sobre todo si se trata de música que nos conecta con lo más sublime de la creación humana, de aquella música que inspira, que viene inspirada por el amor sublime o por la música de las estrellas. El gran filósofo griego Pitágoras decía que no hay nada mejor que las suaves y sentimentales notas de los instrumentos musicales, más si se tratase de la lira, que afirman sus biógrafos, era su instrumento preferido e incluso su inventor. Pitágoras llegó a conocer las cualidades terapéuticas de la música, tanto que la ofrecía a sus alumnos para aliviar las penas del alma, controlar la ira, dolor, celos, orgullo, cólera, intolerancia, vehemencia y agresividad. Literalmente para calmar nuestras fieras.
Se afirma que Pitágoras enseñó las propiedades curativas de la música, no sólo en el alma, sino también en el cuerpo. Pero es obvio que se refería a esa música inspirada en las estrellas o en los dioses o en música que está en sintonía con el universo de las esferas y los astros que se mueven en él. Ahora está comprobado lo que sostenía Pitágoras, en el universo existe música y armonía, desde el leve movimiento del polvo espacial hasta los conciertos de los planetas, sistemas solares y galaxias, al estar en constante movimiento. A esta música se le denomina Armonía de las esferas, misma que ha inspirado a otros grandes músicos como Beethoven y Mozart.
Wolfang Amadeus Mozart, se dice, heredó de Pitágoras esos preceptos y los plasmó en su creación musical, de tal forma que al ser escuchada incrementa el nivel de inteligencia de quien la escucha. A esto se le llama el Efecto Mozart. Beethoven fue otro gran inspirado por esa música celestial y su música también es usada para sanar, no sólo dolencias del alma, también del cuerpo. Ahora este músico es el maestro regente del templo de la Música en las regiones divinas.
Para Pitágoras, el sonido y principalmente la música, son números en movimiento armónico que deleiten el sentido del oído, son números actuando en el espacio, repitiendo el eco del sonido con sus inseparables lapsos de silencio. Pero hay de música a música, aquí no nos referimos a la música mundana que sólo se limita a engordar egos y con ello el sufrimiento de la humanidad, a recrearlo ad inifinitum. No, me refiero a esa música inspirada por la divinidad y que en última instancia nos conecta con los dioses de la creación.
¿Qué sería de los humanos sin la música? Sin duda un mundo sórdido, triste, apagado, sombrío. Es a través de la música que el hombre le canta a sus penas y a sus glorias, a la tristeza y al amor. A través de ella podemos trasladarnos de la nostalgia o tristeza a los estados más sublimes del alma.
Recuerdo aquellos tiempos de estudio en la ciudad de México, allá en los 80’s. Después de vivir en el pacífico, primero en Mazatlán, luego en Puerto Vallarta, donde el don de gentes, la naturaleza, el mar son maravillosos, vivir en una gran urbe, era para mí como algo no muy halagador. La ciudad de México tiene indudables encantos también como su cultura, sus teatros, universidades, el centro histórico con tantas postales de recuerdos, arquitectura, vendimias y pasiones, pero también es una ciudad con mucho ajetreo; una ciudad que camina con prisa. Todos allá parecen perseguidos por el tirano del tiempo. Pero el recuerdo del que les hablo son aquellas islas que a alguien se le ocurrió construir; una a un costado del castillo de Chapultepec y otra en el parque Hundido, en la avenida Insurgentes.
En mis tiempos libres, luego de horas de estudio, me iba uno de esos dos lugares. Ahí había cómodos sillones y altavoces alrededor. La gente llegaba a descansar un rato, leer el periódico o un libro, pero principalmente a oír música, clásica por supuesto. En ese tiempo no había ipads ni ipods, ni teléfonos móviles, por lo que ir ahí era como aislarse del bullicio de la gran ciudad. Cualquiera podía acercarse al dispensador de música y solicitarle pusiera una pieza o a un autor en particular. La música era un remanso para el alma.
Y lo es, sobre todo si se trata de música que nos conecta con lo más sublime de la creación humana, de aquella música que inspira, que viene inspirada por el amor sublime o por la música de las estrellas. El gran filósofo griego Pitágoras decía que no hay nada mejor que las suaves y sentimentales notas de los instrumentos musicales, más si se tratase de la lira, que afirman sus biógrafos, era su instrumento preferido e incluso su inventor. Pitágoras llegó a conocer las cualidades terapéuticas de la música, tanto que la ofrecía a sus alumnos para aliviar las penas del alma, controlar la ira, dolor, celos, orgullo, cólera, intolerancia, vehemencia y agresividad. Literalmente para calmar nuestras fieras.
Se afirma que Pitágoras enseñó las propiedades curativas de la música, no sólo en el alma, sino también en el cuerpo. Pero es obvio que se refería a esa música inspirada en las estrellas o en los dioses o en música que está en sintonía con el universo de las esferas y los astros que se mueven en él. Ahora está comprobado lo que sostenía Pitágoras, en el universo existe música y armonía, desde el leve movimiento del polvo espacial hasta los conciertos de los planetas, sistemas solares y galaxias, al estar en constante movimiento. A esta música se le denomina Armonía de las esferas, misma que ha inspirado a otros grandes músicos como Beethoven y Mozart.
Wolfang Amadeus Mozart, se dice, heredó de Pitágoras esos preceptos y los plasmó en su creación musical, de tal forma que al ser escuchada incrementa el nivel de inteligencia de quien la escucha. A esto se le llama el Efecto Mozart. Beethoven fue otro gran inspirado por esa música celestial y su música también es usada para sanar, no sólo dolencias del alma, también del cuerpo. Ahora este músico es el maestro regente del templo de la Música en las regiones divinas.
Para Pitágoras, el sonido y principalmente la música, son números en movimiento armónico que deleiten el sentido del oído, son números actuando en el espacio, repitiendo el eco del sonido con sus inseparables lapsos de silencio. Pero hay de música a música, aquí no nos referimos a la música mundana que sólo se limita a engordar egos y con ello el sufrimiento de la humanidad, a recrearlo ad inifinitum. No, me refiero a esa música inspirada por la divinidad y que en última instancia nos conecta con los dioses de la creación.
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