Las frecuencias del alma
Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
Gracias a los adelantos tecnológicos, principalmente al internet, hoy tenemos acceso a la más diversa información, por algo se le llama la era de la información. Es tanta que no hay tiempo para hojear o husmear en todo lo que nos ofrece esta aldea global. Sí, aldea global, así bautizó a nuestro planeta un estudioso de las comunicaciones, el canadiense Marshall Mc Luchan. McLuhan, reconocido como uno de los primeros fundadores de los estudios sobre los medios masivos por allá en la década de los 70, acuñó el término aldea global para describir la interconexión humana a escala global generada por los medios electrónicos de comunicación.
Nuestro planeta es como una aldea porque lo que sucede allende las fronteras, un terremoto en Siria por ejemplo, de inmediato es transmitido a todo mundo. Por medio de los satélites, a través de Google Earth, por ejemplo, podemos visualizar nuestra ciudad, colonia y calle y hasta nuestra casa. Por medio de nuestros celulares, Ipods, tabletas también somos fácilmente localizables. Nos parecemos a esa ciudad mítica, que retrata fabulosamente Georg Owell en su novela 1984.
Todos en esa ciudad son gobernados por el Big Brother (Gran Hermano o Hermano Mayor), un ente que nadie conoce, sólo se hace referencia a su existencia y a su partido (el partido único) por medio de grandes telepantallas. El Gran Hermano es el comandante en jefe, el guardián de la sociedad, el dios pagano y el juez supremo. Él es la encarnación de los ideales del Partido, el Partido ubicuo, único y todopoderoso que vigila sin descanso todas las actividades cotidianas de la población.
Todos los seres son vigilados permanentemente por telepantallas en las calles y en casas hay dispositivos de vigilancia para conocer todos los actos de cada uno y aquellos que infringen la ley o las observancias de la comunidad son castigados severamente o reeducados por el llamado Ministerio del amor.
Ese libro, publicado en 1949, advierte, hasta cierto punto, las tendencias de nuestra sociedad actual. Aunque el gran hermano aúno se configura como tal, más de un gobierno, a través de sus órganos de inteligencia, ya tienen control y vigilancia de cada uno de nosotros. Como prueba están las develaciones del norteamericano Edward Joseph Snowden), consultor tecnológico e informante y antiguo empleado de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional). En 2013, Snowden hizo públicos, a través de los periódicos The Guardian y The Washington Post, documentos clasificados como alto secreto sobre varios programas de la NSA, incluyendo los programas de vigilancia masiva PRISM y XKeyscore. En esos documentos ha puesto en evidencia el espionaje a gobiernos de diversos países, entre ellos el nuestro, lo que ha causado grandes molestias y enconos diplomáticos.
Es verdad, los adelantos tecnológicos han permitido que vigilen nuestros pasos, pensamientos y emociones, bien para espiarnos o usarnos como carnes de canon para el consumismo. Pero aún en ese mar de información podemos encontrar islas de sabiduría, paz, amor; son frecuencias del alma que permiten un respiro u oxigenación ante tanta basura e información tóxica. Hurgando en la telaraña informativa podemos hallar estaciones radiofónicas con música celestial, sin comerciales, ni charlatanería, mucho menos esa música inspirada por los egos de la ira, lujuria, amor rosa, celos y pasiones animalescas. Lo mismo se pueden encontrar películas de alta calidad o documentales que nos acercan a otras verdades.
Todo va a depender de lo que busquemos. Si deseamos llenar nuestros apetitos pasionales, el cine, la televisión, radio e internet ofrecen muchos paraísos falsos. Todo depende también de la frecuencia en que vibra nuestra alma.
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