De retribuciones y adversidades

Prócoro Hernández Oropeza
Aconteció que cuando iba a nacer en niño Jesús, un ángel se presentó ante pastores que vivían alrededor de donde se encontraba María y José. Dicho ángel les anunció el nacimiento del salvador o el Cristo. Con ese ángel iba uno de los ejércitos celestiales que alababan a Dios y decían: “Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. (Lucas 2:14). Una sentencia bíblica que hoy se pierde en la neblina de la ignorancia, la ira, el desprecio por la vida y por las cuestiones espirituales.
A Dios se le ve como un ente castigador y ausente de nosotros, alejado, allá en las alturas, ajeno o desinteresado de nuestros aconteceres cotidianos, de nuestros dramas y sinsabores. La buena voluntad entre los hombres es ocultada o menospreciada por la codicia, el desprecio, la avaricia, juicio, discriminación, la vanidad. La paz, ni se diga; los hogares con discordias permanentes, la ciudad envuelta en violencia, vicios y conflictos en todos los ámbitos. Estas disonancias se ven reflejadas a escala nacional e internacional.
¿Qué hacer ante esta panorámica, aparentemente desoladora? Antes de todo, comprender que los acontecimientos o eventos que a diario enfrentamos tienen una causa, son los efectos de nuestras acciones, sean de vidas pasadas o presentes. Es parte de nuestro destino, un destino no trazada o diseñado por Dios, sino por nuestras propias acciones o errores. Si nos ha tocado vivir una vida de abundancia, amor, felicidad, es también producto de una vida ejemplar en el pasado y ahora cosechamos esos frutos; recordemos que a cada acción viene una reacción. Es otra de las leyes divinas que nos gobiernan; la Ley de Recompensa.
Si por el contrario, enfrentamos muchas adversidades como pobreza, enfermedades, agobios de todo tipo, violencia, eso se corresponde con otra ley, la Ley del Eterno Retorno y Recurrencia, o la ley de Retribución como resultado de nuestro karma. Qué hicimos en el pasado que ahora debemos pagar y con creces todo lo que hicimos antes. No hay castigos divinos, simplemente estamos retribuyendo los resultados de nuestras acciones, tanto mentales, emocionales como de obra.
La ley del eterno Retorno y Recurrencia sencillamente nos dice que tenemos varias vidas para saldar nuestros errores y sanar nuestra alma de toda esa maldad a la que le hemos dado cabida. Son 108 vidas en cuerpo físico, pero si no hacemos ningún esfuerzo espiritual de alabar al Dios de las alturas, ser bondadosos y compasivos y vivir en paz no podremos salir de esta rueda o de encontrar el camino a casa. Cuando se dice al Dios de las alturas, no se trata a un Dios que se encuentra en un cielo muy alejado o separado de nosotros, éste se halla en las alturas de nuestro interior, en los reinos superiores que habitan en nuestro propio mundo interior. Reconocer al Gran Padre/Madre y ser ungidos por Él y permitir que nos guíe y nos conduzca por los caminos del amor, la tolerancia, compasión y la paz interior.
Sin paz interior no podrá haber paz exterior. Mientras habiten esos demonios de la ira, lujuria, orgullo, codicia, envidia, gula y pereza no tendremos paz interior. Continuaremos siendo esclavos de esos malvados arcontes o dragones negros y seguiremos mintiendo, injuriando, blasfemando, jugando con los vicios de la infra sexualidad y sobre todo generando violencia y muerte. Y aunque nosotros no atentemos contra la vida de alguien, con el simple hecho de caer mental y emocionalmente en la vibración del miedo y la ira, estamos potenciando su fuerza en estos niveles. La paz es la ausencia de miedo, la ausencia de deseos.
Para salir de este mundo de agobio, Jesús decía: “Todos los que tengan pesada carga, venid a mí que yo os daré vida, porque mi carga es suave y mi yugo es blando”, por tanto el que reciba el misterio de la luz debe renunciar al mundo y a las cosas que hay en él. Ese ser ya no se identifica con el mundo material y sus ilusiones y ha aprendido a sonreír, hasta en las adversidades.
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