Hablarle a la esencia

Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
La esencia es la parte sustancial de todo lo que nos rodea. Es el núcleo, el centro, lo más excelso, la síntesis de todo lo que existe. En cada hombre esa esencia es la parte divina, su real naturaleza, su divinidad. No somos este cuerpo, no somos la personalidad. ¿Qué es la personalidad? Personalidad viene de la palabra griega personae, el nombre que se les asignaba a los actores en la antigua Grecia. Esto por las diferentes máscaras y roles que adoptaban como actores. Así, nosotros poseemos una personalidad, aquello que nos define ante los demás pero también es lo que yo creo que soy. La forma como hablo, camino, me visto, sonrío, me relaciono con los demás y conmigo mismo.
En ese mundo relacional asumimos muchas máscaras y roles, como padre, hijo, profesionista, amigo, vecino, compañero esposo, esposa. Pero somos más que esa personalidad, somos una chispa divina, un gen de luz, una emanación de Dios. Dios habitando en nosotros. Eso no lo creemos, sea por ignorancia, falta de fe o falsas creencias.
Aquellos que aceptan su divinidad ya no se sienten separados de dios, de las personas que le rodean, de los animales, las plantas, los mares y ríos, de todo lo que le circundan. Sabe que si ofende o daña a otros, se está dañando así mismo; es que somos una sola familia, una gran unidad conectados por hilos invisibles de amor, felicidad, paz y comunión.
Si alguien me hace un daño o me ofende, sé que no es esa parte divina la que actúa, sino sus agregados psicológicos o demonios que controlan su mente, emociones y voluntad. ¿Qué hacer cuando sucede un evento negativo o alguien pretende dañarnos? Simplemente hablarle a su esencia. Hablarle con el corazón.
Cierto día tuve contacto con una persona que fue vecino ocasional, no duró más de dos semanas. Vivía con su pareja y un hijo. El vecino tenía tatuajes visibles en sus brazos y piernas, lo mismo que su pareja, pero se veían amigables y sociables, sobre todo el hombre. Un día me trajo unas gorditas que las había preparado él personalmente. Me ayudaron a cortar unas ramas de la palmera y a podar el césped. En casa hay una podadora de gasolina que no sabía cómo funcionaba, el vecino dijo que conocía esos instrumentos y se ofreció revisarla. Total, para no hacer más larga la charla, a los pocos días se peleó con su pareja, el hijo y la señora lo abandonaron. El vecino también dejo la casa sin entregarme la podadora.
Un día encontré a un par de señoras esperando al vecino porque le quedaron a deber un dinero. Les conté lo de mi podadora y ellas se expresaron de forma negativa sobre el vecino y sosteniendo que posiblemente ya la había vendido. Sólo me limité a escuchar sus juicios sobre esa persona, en el fondo confiaba en que me devolviera la máquina. Luego llegó un mensaje donde me decía que en una semana me llevaría la podadora, que no tuviera pendiente. Sólo me limité a decirle que confiaba en él y que Dios lo bendijera. Total que a la semana siguiente me habló para decirme que estaba lista la podadora y pasara a recogerla. Así fue, el ex vecino me la entregó y me dio las gracias por confiar en él. Si hubiera hecho caso de las habladurías de las señoras que le buscaban hubiese caído en juicios, críticas y desconfianza. Intenté hablarle a su esencia y sea que el ex vecino era como lo pintaron sus denostadoras o no, él cumplió su palabra.
Si hablamos a la esencia de las personas, sean nuestros hijos, familiares, amigos o desconocidos, es el amor el que hace su trabajo. Como decía el maestro Sivananda, el amor es un hilo de oro que ata un corazón a otro.

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