El templo del corazón

Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
En el plano espiritual se habla mucho del corazón o del templo corazón, que escuches con el corazón, ames con el corazón, sientas con el corazón o actúa desde él. ¿A qué se refiere la gente cuando habla del corazón? Indudablemente no se trata del corazón físico, sino de un corazón que habita en los espacios sutiles o etéreos de nuestros cuerpos. Es el templo corazón donde habita nuestro Cristo íntimo, el hijo o espíritu Santo.
No es por ello casual que las personas se refieran a esa fuente con el nombre del corazón. En el subconsciente colectivo se encuentra o se percibe la presencia de ese Ser que emana luz, irradia amor. Sólo cuando logramos conectar con esa fuente, sin la presencia de la mente egotizada o el manas inferior, es cuando participamos de su luz, de su sabiduría. Ahí se encuentran las virtudes, el amor y desde ese espacio proceden nuestros pensamientos divinos, nuestros actos divinos, los actos compasivos.
En nuestra vida diaria enfrentamos muchos dilemas, distintos caminos para tomar una decisión. Al respecto los maestros siempre recomiendan tomar el camino que tiene corazón, que más bien es aquella vía que escogemos desde el corazón, desde la intuición sin la intromisión de esa mente inferior.
Ese templo, donde radica nuestro Dios interior, debe ser visitado frecuentemente si realmente deseamos trascender nuestra vida plagada de pesadillas, dramas, obstáculos. Es el templo de la sabiduría; toda la sabiduría ahí radica, pero estamos desconectados de ella y buscamos insaciablemente la verdad en los libros de la ciencia humana, en las escuelas externas. No se menosprecian, ni se reprueban. Sin duda nos proporcionan algún saber, algún mensaje para seguir hurgando en los intrincados laberintos de la gran sabiduría.
Muchos maestros realizados buscaron esa verdad en diversas escuelas o grupos, como Buda o Jesús, en algunas sólo para perfeccionar su conocimiento interior, en otros para beber lo necesario y luego seguir buscando hasta que encontraron esa verdad. Y dónde la hallaron: en su interior. Buda se sentó a meditar debajo del árbol del Bo y no se levantó hasta que vino la iluminación. Jesús se fue a meditar durante 40 días al desierto hasta que le llegó el mensaje acerca de su verdadero propósito. Ambos fueron tentados por sus agregados psicológicos o demonios y después de librar una gran batalla interior se transformaron en seres de luz.
Ese templo se encuentra en el cuerpo de la consciencia o del alma, en una zona llamada la iluminada oscuridad. Es necesario saber que nuestra alma es como una luna con dos caras, una de sombras y otra de luz. Dentro de nosotros mismos existe una parte oculta de nuestro Ego que nunca se ve a simple vista. Así como la Luna tiene dos aspectos, uno que se ve y aquel lado oculto, así también hay en nosotros un lado oculto que nunca vemos. Esa luna psicológica la cargamos muy dentro. Es el Ego, el "yo", el mí mismo, el sí mismo. El lado visible, todo el mundo con un poquito de observación lo ve. Pero hay un lado invisible en nuestra luna psicológica que a simple vista no se ve. La Conciencia, desafortunadamente no ha iluminado esa parte oculta de nuestra propia luna interior. Cuando se ilumina ese lado de su luna psicológica con los rayos de la Conciencia, podemos conocer nuestros errores, entonces sabemos ver a los demás; pero cuando no iluminamos con nuestra conciencia ese lado oculto de mí mismo, cometemos el error de proyectarlo sobre la gente que nos rodea.
Nuestro templo corazón es luz, pero cuando estamos apegados a nuestros deseos, a nuestros temores, ansiedades y pesares, ese templo se oscurece y sólo proyectamos esas sombras a los demás y nosotros caminamos cegados por esos estados.


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