La vida sigue a pesar de

Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
Hace un par de días llovió a cántaros aquí en Puerto Vallarta, luego de cuatro o cinco días de ayuno. Intenso calor y humedad calaba en nuestra mente y nuestros cuerpos, en nuestro ánimo. Es tiempo de calor, tiempo de humedad, tiempo de lluvias intensas. El dios Varuna, elemental del agua se torna bondadoso y comparte su abundancia con los árboles, las plantas, montes, valles y los ríos se tornan alegres y juguetones.
Es parte de los ciclos que debemos vivir y sortear. Lo podemos hacer desde dos perspectivas: desde el sufrimiento o desde la felicidad, desde la identificación con esos estados mentales y emocionales de enojo, irritación, sufrimiento o desde el centro, sólo observando y dejando fluir, sin identificarnos con lo que ocurre externamente, desoyendo los quejidos de los sentidos.
Si sabemos que es tiempo de calor y humedad lo mejor que podemos hacer es fluir sin resistir, disfrutar sin apegarnos a lo que quisiéramos fuera más deseable. Saber que entre más resistimos más persistirá aquello que queremos evitar, es una ley de la física. Sólo fluir en y hacia espacio, sin juicios, sin apegos, sin resistencia.
El apego es un mal hábito que nos lleva al sufrimiento. Nos apegamos a todo, al dinero, a la pareja, a los hijos, al televisor, al trabajo, a la computadora, al celular, al vicio, a nuestros programas, creencias y costumbres, pensando que son correctos. Si fueran correctos no sufriríamos. Alguien que se desapega de las cosas, personas o del mundo es un ser realizado. Ha trascendido esas cosas mundanas y su mente y sentidos ya no lo gobiernan. Me refiero a esa mente inferior, que es controlada por sus agregados psicológicos.
Una persona así observa desde el ojo de su Dios interior y como Dios no juzga ni castiga, sólo ama sin condiciones, todo lo que ve a su alrededor es sagrado, divino. Una persona que controla su mente puede permanecer en el fuego sin quemarse, o en el hielo sin congelarse porque controla la temperatura a su antojo. Las condiciones externas no le doblegan ni le amedrentan, se rinden a él.

El poeta sufí Rumi escribió un poema, denominado “Poema de los átomos”. En él nos describe esa felicidad de estar vivo, radiante y espera que al despertar el día los átomos bailen, dancen al ritmo de su corazón, de su vida.
Poema de los átomos
Rumi

!Oh día, despierta!
Los átomos bailan.
Todo el universo baila gracias a ellos.
Las almas bailan poseídas por el éxtasis.
Te susurraré al oído
A donde les arrastra esta danza.
Todos los átomos en el aire y en el desierto,
parecen poseídos.
Cada átomo, feliz o triste
está encantado por el sol.
No hay nada más que decir.
Nada más.
Los átomos de la vida, de todo lo que nos rodea danzando y vibrando el canto de la unidad, del amor, del éxtasis. Así la lluvia, danza con majestuosos movimientos, intensos a veces, delicados otros, con truenos y relámpagos para que despertemos de ese gran letargo en que nos encontramos. Es la naturaleza hablándonos, comunicándose con nuestro interior, porque el agua, la lluvia, los relámpagos son energía viva. Esto lo entendían muy bien nuestros ancestros, tan es así que les daban un nombre y les veneraban. Varuna, indoeuropeo, Tláloc entre los aztecas, Poseidón entre los griegos, kon, dios de la lluvia entre los incas, Anuket, diosa del Nilo y del agua entre los egipcios, Deva, diosa del agua entre los celtas, Ondinas y Nereidas, otros elementales del agua. Estas son sólo algunas de esas deidades que se relacionan con el agua y la lluvia. Un elemento indispensable para la vida. Es un ser vivo y nada lo detiene.

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