Sanando heridas


Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
Hay de heridas a heridas. No es lo mismo una cortada en un dedo que una herida emocional o del corazón. En la vida estamos sometidos a diversas heridas y esas se quedan grabadas en la memoria, la mente y en el cuerpo, inclusive en los demás cuerpos. Porque no sólo poseemos un cuerpo, este cuerpo físico que vemos y tocamos, existen otros cuerpos sutiles, seis cuerpos más: vital, astral, mental, causal, del alma y del espíritu.
En el mundo existen personas que pueden ver el aura, el cuerpo vital. Ese cuerpo, dependiendo de la luz, armonía o amor que transmite su dueño, puede ser luminoso o poco radiante, en algunos inclusive se observan manchas o agujeros. Esas manchas indican problemas de salud o desarmonía en la persona. Hay individuos, que por su trabajo o progresión espiritual, poseen un aura muy desarrollada y pude alcanzar hasta los treinta metros, como la que poseía Jesús.
En la Biblia se cuenta de aquella dama que tenía sangrado vaginal intenso y al acercarse a Jesús, con sólo tocar su túnica sanó. También existen personas que poseen una aura bella y generan a su alrededor armonía, paz y felicidad. En otras están muy reducidas debido a que viven enfrascados en sus dramas, miedos, ira, o celos, envidia, lujuria.
Las heridas emocionales son provocadas por la identificación con dramas y sufrimientos. Un regano, una ofensa, un desaire quedan grabados en nuestra psique porque nos hemos identificado con ellas. Una paciente fue a verme para tratar de sanar un aspecto emocional. Ella es cantante, pero en esos días, cuando se presentaba ante el público, algo pasaba con su voz, algo sucedía en su garganta. Al llevarla en un proceso de búsqueda en su psique, con una técnica que se llama bioprogramación, retornó a la edad de doce años. En ese momento recordó cuando su padre le dijo que su voz era muy aguda, que tuviera cuidado al hablar porque podía no agradar a la gente. Esa indicación quedó muy grabada en su memoria, de tal suerte que cuando se presentaba ante el público, esa frase de su padre, un fuerte juicio, venía a su mente y le provocaba miedo y le impedía cantar.
Ese juicio descalificador quedó bien grabado en su psique de tal forma que, a pesar del tiempo, sigue provocando daño. Cada juicio, ofensa, crítica, auto crítica, regano, desdén, insulto son como clavos que perforan nuestros cuerpos, nuestra psique. Eso mismo sucede cada vez discutimos con alguien, le ofendemos, despreciamos o injuriamos son como heridas provocadas por un puñal. Es como si claváramos una navaja a un hombre y después la retiramos, siempre quedará la herida.
Una herida provocada con la palabra hace tanto daño como una herida física. Y esas heridas también afectan a nuestros cuerpos etéricos o sutiles. Cada palabra, pensamiento o acción afecta al universo. Si nuestras palabras son ofensivas, nuestras emociones negativas estamos contaminando la energía de nuestro alrededor. Afectamos al universo y a todo lo que nos rodea. Así que debemos estar atentos a cuántas heridas provocamos a nuestros semejantes y también cuántas nos causamos a nosotros mismos, cuando nos enjuiciamos, invalidamos o negamos nuestra grandeza interior.

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