Origen de los nombres


Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
Los nombres que nos identifican revelan, no sólo nuestra identidad, sino nuestro destino, nuestra razón de ser, nuestra verdadera identidad. Y cada nombre reviste un significado oculto y una vibración, vibración que dependerá de tu percepción y del significado que le aportes a tu nombre.
Las raíces de los nombres latinos son romanas y de la Antigua Grecia, pero también, debido a los movimientos migratorios, estos se han enriquecido los diferentes idiomas. Cada día es más frecuente encontrar nombres de origen árabe, chino, americano u otros. Inclusive se ha puesto de moda el inventar nombres combinando palabras o sonidos o simplemente copeando nombres artísticos de cantantes o actores de moda. Esto, sin duda, tendrá su repercusión vibratoria en quien depositan ese nombre.
En realidad poco se sabe cómo fue que a alguien se le ocurrió poner nombre, no sólo a las personas, sino también a las cosas, los árboles, animales, mares, montanas. Se dice que Dios creó nuestro mundo en siete días. Es obvio que no se refiere a los siete días que conforman nuestras semanas actuales, sino a un tiempo cósmico cuya medida es diferente. Es claro también que Dios no tuvo el tiempo para decirle a cada persona su nombre ni los de todo aquello que le rodeaban.
Antes de pensar en nombres, los primeros hombres debieron conocer la escritura o abecedario. Esas primitivas palabras, se dice que primero fueron guturales y después las plasmaron en ideogramas, jeroglíficos, runas o petroglifos. Esto es una parte de la verdad, lo cierto es que antes existieron otras razas superiores en este planeta. Razas que hablaban un lenguaje con alto sentido vibracional, pues esas razas eran seres de luz y vivían en otras dimensiones superiores. De esas fuentes ancestrales, hace millones de años, provienen nuestros actuales alfabetos.
Uno de los más antiguos lenguajes son las runas celtas; de ellas proviene el hebreo, el griego y posiblemente el sánscrito, el maya. Se dice que este alfabeto es muy anterior a todos los demás idiomas y abecedarios. Es un lenguaje primitivo, genésico y único y padre de todos los lenguajes que con manos santas grabaron los primeros hombres sobre las piedras.
Este lenguaje rúnico, más allá del valor que se le da como lectura de los destinos del hombre, poseen una alta frecuencia vibratoria. Afirma el maestro Krum Heller que todos los múltiples fenómenos que observamos en el mundo que nos rodea son cualitativamente una sola cosa, los exponentes de una sola cosa que llamamos alma o Dios. Y Dios se expresa, nos habla por medio de los fenómenos del mundo. La variedad de estos fenómenos está condicionada por el hecho de que se nos presentan en diferente época, lugar y tiempo y tienen su expresión, a la vez en número y medida. El jeroglífico o esa síntesis expresiva en número y medida es el nombre y damos nombre a todas las cosas para diferenciarlas unas de otras. De aquí, enfatiza Heller, que el nombre como expresión del espíritu, del tiempo y del lugar o espacio son los que dan la norma para concreción del nombre. De aquí que el Nombre como expresión del espíritu, del tiempo y del lugar de una cosa o persona, tiene “sino” (destino) o karma de la cosa en sí.
Los hebreos dieron a conocer al mundo la ciencia de descifrar el destino de sus letras, pero esa ciencia fue sustraída de los Nórdicos, quienes miles de años antes ya la usaban para descifrar los nombres. Existen diversas técnicas para identificar la vibración de un nombre, de identificar su destino, su karma, su viaje por este planeta. Sólo que hoy no hablaremos de eso, quizá en otra columna.


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