La providencia abre el paso

Prócoro Hernández Oropeza
Hace más de una década asistí a un diplomado en Alta Dirección, organizado por una universidad local. El profesor que la impartió había sido un estudiante jesuita y cuando nos dio un manual para realizar un “Plan de viaje”, en la portada venía esta inscripción: . Esa frase me conmovió, sobre todo la palabra providencia. En ese tiempo no era muy creyente y la palabra providencia me pareció adecuada para pensar que la providencia podría ser el destino, una energía o inclusive un Dios.
Lo más importante de este viaje es que empecé a definir mi futuro y sobre todo a iniciar un camino de despertar espiritual. En efecto, esa palabra providencia se quedó muy grabada en mi mente y desde entonces empecé a buscar respuestas que me venía haciendo, tales como ¿Cuál es mi misión? ¿A qué vine? ¿Por qué vine a este planeta? ¿Acaso existe un Dios que nos observa y nos juzga, e inclusive nos castiga si nos apartamos de sus mandatos?
Hurgando en el diccionario de Wikipedia, se afirma que la Divina Providencia es el término teológico que indica la soberanía, la supervisión, la intervención o el conjunto de acciones activas de Dios en el socorro de los hombres. En el diccionario de la Real Academia sólo hace una pequeña alusión como locución adverbial: Sin más amparo que el de Dios.
En realidad cuando se habla de divina providencia se refiere a Dios como el benefactor. De acuerdo a la frase: “Cuando el hombre sabe a dónde va, la providencia le abre el paso” significa que sólo cuándo el hombre conoce su destino, su misión, entonces Dios o la providencia divina le ayuda, le abre el paso. Eso significa que el hombre ha despertado de su sueño y se empieza a conectar con todo lo que le rodea.
Cuando estamos dormidos ocurren muchos eventos negativos en nuestra vida y culpamos a otros de esos momentos o inclusive pensamos que Dios nos está castigando. No es así, pese a que muchas religiones y sus predicadores lo sostienen: Dios nunca castiga. Son nuestros propios errores los que provocan todos los eventos, tanto positivos como negativos. Es la ley del karma y todo lo que nos sucede ahora es porque lo hemos provocado antes, en esta o en otra vida. Dios no desampara, somos nosotros los que le hemos olvidado, nos hemos desconectado de su amor, de su providencia.
Al respecto se pueden citar muchos textos de la Biblia, pero bastan estos dos del
Apóstol San Pablo. Dice primero a los fieles de Roma (Romnos 2,6-8):

- Dios ha de pagar a cada uno según sus obras: con la vida eterna a los que aspiran a la gloria mediante la perseverancia en las buenas obras; y con su cólera y su indignación a los rebeldes que no se le rinden y se abrazan con la maldad

Y les añade a los de Corinto:

- Cada uno recibirá su propio jornal conforme a su trabajo... Por lo mismo, permaneced firmes e inamovibles, abundando siempre en las buenas obras, sabiendo que vuestro trabajo no es inútil en el Señor (1Colrintios 3,8 y 15,58).
Es obvio que cuando Pablo afirma que Dios pagará a los rebeldes con su cólera e indignación, debe ser visto no como un castigo divino, sino como un acto de justicia divina, mediante la cual pagamos nuestros errores. Esto lo definen los señores del karma, cuando pesan nuestra alma y nos mandan a pagar a esta tierra nuestros errores. Karma que puede ser limpiada o disminuido si llevo una vida apegada a las virtudes, actuando con pensamientos divinos y con amor a todo lo que me rodea. Sólo de esta forma la providencia me abrirá el camino al amor, a la abundancia, a la felicidad.


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