El hombre virtuoso



Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
Se dice que una persona es virtuosa debido a que su vida es ejemplo de amor, sabiduría, humildad, generosidad, caridad, templanza, diligencia. Es una persona que ha conquistado una gran victoria interior, ha ganado miles de batallas internas en contra de los miles de agregados psicológicos que gobernaban sus pensamientos, emociones y voluntad. Una persona virtuosa sólo es expresión del amor puro.
La palabra virtud, del latín virtus, igual que su equivalente griego, areté, significa "cualidad excelente", "disposición habitual a obrar bien en sentido moral". En síntesis, las virtudes son lo opuesto de los defectos o egos. Las fuentes de la doctrina sobre la virtud son Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino. Ellos fincaron en el mundo occidental, las bases de lo que hoy conocemos como virtudes.
Para Platón la virtud es el dominio de la parte racional del alma sobre la parte apetitiva (tendencia a lograr un fin sensible) y sobre la parte irascible (tendencia a evitar un daño sensible). Por su parte, Aristóteles sistematiza la doctrina de la virtud en el Libro II de la Ética a Nicómaco. En él afirmaba que la vida es moralmente virtuosa si se tiene el hábito de la virtud, "por el cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta bien su función propia"; la práctica habitual de las virtudes éticas, que consisten en un justo medio entre dos excesos, hace al hombre moral y lo dispone a la felicidad.
Estos filósofos griegos no sólo eran eruditos en su campo académico y filosófico, eran unos grandes iniciados y conocían la doctrina del alma o de una gnosis muy antigua, fuente que les aportó luz para mostrarnos el camino de las virtudes. Para Aristóteles las virtudes nos mantienen en lo que otros maestros han llamado el camino del medio, es decir en el punto de equilibrio, sin excesos. Por otra parte, también pone al descubierto que la felicidad no viene de lo externo, sino que ese justo medio dispone al hombre a la felicidad.
Es verdad, un hombre virtuoso ha lograda trascender el mundo de la ilusión y vive encarnando sólo el amor, es una expresión viviente del amor y como tal ya no juzga, no discrimina y ve en todo lo que le rodea a Dios, a lo sagrado. Ya no se identifica con sus dramas ni la de los demás.
Platón sostenía que los hábitos buenos -virtudes- consiguen que se vaya estableciendo el predominio de la inteligencia en la vida del espíritu. Los vicios dispersan las fuerzas del hombre, mientras que las virtudes las concentran y las ponen al servicio del espíritu. Platón menciona como virtudes fundamentales en su libro La República, las siguientes: prudencia; fortaleza; templanza y justicia, y añade las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), que tienen por objeto a Dios.
Así resulta que la persona que tiene virtudes es mucho más libre que la que no las tiene. Es capaz de hacer lo que quiere -lo que decide-, mientras que la otra es incapaz. Quien no tiene virtudes no decide por sí mismo, sino que algo decide por él: quizá hace "lo que le viene en gana". Pero "la gana" no es lo mismo que la libertad. Son precisamente los egos o defectos psicológicos los que deciden por él. No tiene elección porque es un preso de los apetitos y deseos de sus yoes.
Los maestros, tanto antiguos como modernos, de estas y otras dimensiones lo vienen sosteniendo: Si queremos concretar a Dios tenemos esta existencia física para hacerlo e integrarlo en lo cotidiano a través del amor. Si Dios es amor, es la verdad y la paz, esto se permea a través de las virtudes, las siete virtudes. De este amor, que es conciencia, intuición y conexión, emanan las siete virtudes.

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