El síndrome del más y la corrupción
Prócoro Hernández Oropeza
La codicia es sin duda alguna, una des siete legiones de egos que aprisiona al ser humano. Una de sus manifestaciones es la corrupción, mala hierba que asola, no sólo a nuestro país, impacta incluso en países con economías más solventes y estables. En nuestro país, esta plaga ha calado hondo en nuestro sistema político y de gobierno, pero también en el ámbito económico y social.
Ningún partido político escapa a esta vorágine de poder y de codicia. Hasta partidos que antes de asumir el poder político lucharon en contra de los actos deshonestos de los gobiernos en turno, al arribar al poder cayeron en el mismo fango. ¿Acaso el poder es sinónimo de corrupción? Es una posibilidad, debido fundamentalmente a una escala de principios y de valores que se han deteriorado. Los gobernantes de ahora, antes que buscar el bien común, encaminan sus esfuerzos a atesorar poder, riqueza, relaciones y fama. El bien común, la búsqueda de la justicia y la paz social pasan a segundo término en las agendas de políticos y gobernantes.
El origen de la corrupción es precisamente la codicia. Los políticos quieren tener más poder, más riqueza y fama y para obtenerlas se venden al mejor postor, incluso con dinero mal habido como el que proviene del narcotráfico. Los gobernantes, sean diputados, senadores, gobernadores o simples alcaldes, inclusive regidores, también han sido tentados por esta cabeza de la hidra. El síndrome del más los tiene atrapados.
La logia negra, sin duda, gobierna el mundo y mantiene a la humanidad en conflicto constante, armando guerras, destruyendo las riquezas naturaleza, creando enfermedades infernales y perniciosas, generando miedo y terror, pederastia, prostitución y hambre. A esta logia no le interesa el bien común ni la armonía, mucho menos la espiritualidad.
Ante este panorama es necesario preguntarnos ¿qué vamos a hacer? Cruzarnos de manos y lamentarnos no vale la pena. Una alternativa es no identificarnos con este mundo conflictivo, ni con sus deseos y apetencias. Deseos de control, manipulación, enajenación. Ser un observador silencioso, desapegarnos de todo lo terrenal y manteniendo un control pleno de nuestros sentidos, de nuestra mente.
Mantener pensamientos divinos, realizar acciones compasivas y amorosas, desapegarnos del bien y del mal, del dualismo. Ser uno con todo y ver cada circunstancia que sucede a nuestro alrededor como algo perfecto. Que todo tiene una causa. Si me asaltan, no tener miedo, simplemente desapegarme de lo que me robaron y aceptarlo como un pago o efecto de una causa; algo que causé en el pasado y ahora me lo están cobrando.
Si observamos nuestra vida desde esta perspectiva ya no juzgo ni me enojo por lo que otros hacen, ni por los que me ofenden. Entiendo que quien comete actos de corrupción está viviendo su propio proceso y ya pagará sus consecuencias, sino con la cárcel, otras leyes que desconocemos y que están más allá de lo terrenal, le pedirán cuentas.
Como le dijera Krishna a su discípulo Arjuna en el Bhagavad Gita: “Los sentidos, la mente y la inteligencia son los lugares de asiento de esa lujuria, (también de la codicia) a través de los cuales ella cubre el verdadero conocimiento de la entidad viviente y la confunde. Por lo tanto, ¡oh, Arjuna!, desde el mismo principio domina este gran símbolo del pecado [la lujuria y codicia] mediante la regulación de los sentidos, y mata a estas destructoras del conocimiento y la autorrealización”.
Es pertinente recalcar que para mantener esos pensamientos divinos, actos virtuosos, es necesario matar a la hidra de siete cabezas, esas legiones egoicas que dominan nuestros deseos y apetitos. Algún día llegarán seres virtuosos a gobernar el mundo, para entonces habrá muchos más seres virtuosos y es posible que ni siquiera se requieran las leyes humanas y sólo la ley del amor sea la que gobierne.
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