El presente en la sonrisa de una niña



Prócoro Hernández Oropeza


Observo a una niña morena encerrada entre muros de silencio y cristales. Da la sensación de que dialoga con su computadora, mientras sus labios se retuercen amorosamente y sus ojos buscan en la distancia insondable de sus pensamientos o de la pantalla.
A unos metros pasan autos indiferentes a sus labios, a su mirada y a sus pensamientos. A miles de kilómetros de distancia el mundo se desmorona en conflictos y guerras de largo alcance, como en la época de las cavernas. Eso dicen los noticieros en una pantalla de televisión para clientes.
Prefiero observar como se desarrolla la vida en esta oficina de gobierno, mientras espero impaciente el trámite de un asunto personal. A estas oficinas hay que venir preparado, uno nunca sabe cuando te atenderán. Hay tiempo para leer a Chopra y reparo en este pensamiento: el pasado es historia, el futuro un misterio y este momento es un regalo. Entonces trato de abrazar el presente, como lo recomienda Chopra, intento fundirme con él, experimentar un fuego, una chispa de éxtasis palpitando en cada ser vivo.
Una dama, ajena a los trámites burocráticos, a la impaciencia de los que esperan, la niña morena y al noticiero, con un trapeador impregna el ambiente con ese aroma robado a un bosque de pinos. Ella si saca chispas al piso, lo hace brillar y hay luz en sus ojos, pero aquella niña bonita no se inmuta, ni siquiera porque la observo. En un descuido me regala una sonrisa, de esas que huelen a aire fresco.
Que bueno que hay niñas que regalan sonrisas sin que les duela el corazón o sin temor a que se les pinte una arruga en la cara. Hoy en día a las personas les es difícil regalar una sonrisa.
A lo lejos se escuchan golpes y una música machacona. Música y golpes de martillo, más algunos rumores de voces dan fe de la vida en este preciso momento. Y no se necesita reparar si lo hace siguiendo un plan divino o simplemente es una cadena de sucesos concatenados por un misterio. En verdad no es difícil interpretar la realidad, sobre todo cuando esperas o intentas amortiguar el paso del tiempo.
En otras oficinas más mujeres y hombres hacen su trabajo y respiran, mientras una hormiga merodea cerca de mi zapato. Me parece que está extraviada y no sabe para donde queda su casa. Pero ¿qué puedo hacer por ella? Ni siquiera sé si está triste o asustada o si en un descuido me regaló una sonrisa de hormiga.
Afuera unas gotas de agua caen caprichosamente por unos instantes, mojan el piso y se alejan. La niña morena sigue pegada a su máquina, como si ella le estuviera chupando la vida.
La veo por última vez y su sonrisa no vuelve; tal vez por la computadora alguien le dice cosas bonitas o la magia de este aparato la tiene hechizada con la imagen de un hombre guapo.
Unos asientos delante de mí, otra chica dialoga con su celular, con ese aparato que pronto dará fin a las computadoras estorbosas y lentas que aún sobreviven en las oficinas de la burocracia. Esa joven también ríe, pero ríe con el aparato o quizá con un interlocutor que le ha contado un chascarrillo. Y miro a mi alrededor y son más, mucho más los que dialogan a través de sus aparatos, sean celulares, smartphones o tabletas. Creo que es una nueva forma de matar el aburrimiento, o de conectarse con las redes de la nueva imaginería electrónica para no sentirse solos. A más comunicación más soledad; es que la gente busca comunicarse con lo exterior y se olvida de su interior.



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