Compasión o lástima


Prócoro Hernández Oropeza

Existe una gran diferencia entre la palabra lástima y compasión. La primera es una reacción a lo que nos sucede o le sucede a otros y generamos un sentimiento de dolor o sufrimiento por lo que ocurre en esos instantes. En cambio, compasión es observar el sufrimiento o dolor de otros desde un sentimiento de amor. En el primero, cuando veo lo que le ocurre a alguien, por ejemplo a un vagabundo que anda recogiendo alimento en la basura, puedo sentir, enojo, tristeza o simple indiferencia. Lo vemos como un mendigo, y al verlo como tal nuestra mente juzga, se hace varias preguntas o da posibles respuestas de porqué ese hombre vive así.
En cambio, desde la compasión, es el amor el que nos mueve a ayudar, a brindar apoyo, a servir. Desde esa perspectiva amorosa sólo vemos a Dios en cada persona, sin importar los niveles o clases sociales, ni distingo de raza o credo. Desde el amor nos conectamos para brindar lo mejor de nosotros y servir a Dios de instante en instante. Aquí no cabe la lástima, porque esa viene de nuestra mente contaminada por nuestros agregados psicológicos, no del corazón.
Voy a narrar una historia que aconteció a un amigo recientemente y que describe muy bien este acto de compasión. Este amigo, supongamos de nombre Simón, fue a comprar tortillas y a punto de llegar a su casa fue abordado por un hombre que cargaba una maleta rasgada y sucia. Al principio sintió desconfianza, pero cuando ese hombre le pidió un momento para hablar con él, cambio su perspectiva. Este sujeto, de nombre Juan, le dijo que venía de muy lejos y sólo quería compartir unas palabras. Le informó que no quería molestarle, sólo compartir su sentimiento y su pesar, pues ha días que no había probado alimento.
Simón, sin pensarlo dos veces, le invitó a su casa, pues en unos minutos iba a compartir el alimento con su familia. A Juan se le iluminó la cara y agradeció profundamente ese gesto. Al llegar a su casa le dijo a su esposa que pusiera otro plato, pues tenían un invitado. Lo sentaron en la mesa y le sirvieron un plato de lentejas y luego unas enmoladas de queso y papas. Simón, a punto de soltar las lágrimas, no sabía cómo expresar su agradecimiento por tan noble gesto.
Simón es uno de tanto migrantes, provenientes de Centroamérica y su finalidad era llegar a Nogales, Sonora, pues allá tiene familiares y le han prometido trabajo. Ya llevaba más de un mes viajando y sorteando obstáculos, principalmente a las mafias que los secuestran o extorsionan. Por ese motivo no se quiso ir en el tren, a ese que le llaman la “Bestia “y por donde viajan miles de inmigrantes. En la frontera del sur de México, un retén militar le despojó de los dólares que traía y desde entonces ha viajado y viviendo de lo que la gente le proporciona. Hay días que como, otros no, pero no pierde las esperanzas de llegar a su destino.
Está agradecido con la gente de México, pues sin su ayuda no podría haber llegado tan lejos de su patria. Y hace la comparación entre su país y el nuestro. Narra que en su patria, Honduras, la situación es terrible, sin trabajo, con violencia y robos, toques de queda… en cambio aquí, todo se encuentra disponible y la gente camina con mayor libertad y alegría.
El amigo que, sin pensarlo dos veces le proporcionó alimento, una maleta, un par de tenis, porque el calzado de Juan ya estaba muy desgastado, además de un par de camisetas y uno pesos, dejó esta reflexión: “Si todos compartiéramos alimento a quien no tiene acceso a él, el mundo sería diferente y no habría hambre”.
Esta es la diferencia entre la compasión y la lástima. Con compasión no se sufre, sólo se brinda amor sin condiciones, sin juicios, sin temor. Cuando hay juicios, cuando pensamos dos veces si ayudamos a un prójimo, si caigo en la tristeza o el enojo, es la lástima la que prevalece, no el amor.

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