Los juegos de la vida
Prócoro Hernández Oropeza
Cuando les cuento a mis alumnos el tema de la reencarnación, varios no creen ella, sea por sus creencias, por su pesimismo o por ser muy racionales, de esos que afirman que primero hay que ver para creer. En realidad nuestra cultura y las religiones predominantes en el mundo occidental, no hablan de la reencarnación, la niegan y por tanto nos hacen creer que sólo tenemos esta vida y en cuanto morimos, pasamos a la historia, a los recuerdos; nos convertimos en polvo.
Existe una diferencia entre reencarnar y retornar, desde un punto de vista esotérico. Retornamos vida tras vida, sin darnos cuenta de ello. Cuando nacemos, dicen los maestros, se nos da el agua del olvido y empezamos a vivir nuestros guiones, por lo regular los mismos que en vidas pasadas, sólo que con un rol distinto, pero siempre nos vamos a encontrar con otras personas con las que convivimos en otras vidas, aunque también con roles también diferentes.
Quienes reencarnan son aquellos maestros que han trabajo internamente en sus vidas pasadas y cuando ingresan a un nuevo cuerpo, siguen recordando su pasado. Vienen despiertos o iluminados para continuar con su propósito en esta nueva vida. Posiblemente a completar su trabajo espiritual o su compromiso espiritual con la humanidad y una vez concluido su ciclo trascienden el Samsara o los ciclos nacimiento y muerte.
A quienes no logramos despertar nuestra conciencia, bien porque no realizamos ningún esfuerzo espiritual y sólo venimos a trabajar en el plano material, o porque existe mucha oscuridad en nuestra alma, seguiremos atados a esta rueda del Samsara. Se nos dan 108 vidas en cuerpo físico para trascender esa oscuridad y sanar nuestra alma, para reconectarnos con nuestra esencia divina. Si en esas 108 oportunidades no despertamos de ese letargo, involucionamos, primero en animales, luego en plantas y al último en minerales involucionados. Luego se nos da otra oportunidad y volveremos a retornar en esos mismos estadios hasta llegar a ser humanos nuevamente. Para el universo o para Dios no hay prisa, se nos dio el libre albedrío y cada uno elige el tiempo para retornar a casa.
Este conocimiento está escrito en todos los libros sagrados, incluso en la Biblia, sólo que, como dijo Jesús: “El que tenga oídos para oír que escuche, el que tenga ojos para ver, que vea”. Al respecto, el poeta Jala Al-Din Rumi (Poeta místico sufí) escribió el siguiente poema:
“Morí como mineral y me convertí en planta;
Morí como planta y me convertí en animal;
Morí como animal y me convertí en ser humano;
¿Por qué entonces habría que temer?
¿Acaso al morir me hice más pequeño?
La próxima vez moriré como ser humano.
Entonces podré crecer con alas de ángel.
Pero a partir del ángel tendré que evolucionar.
Y todo perecerá excepto su rostro.
Y una vez más mi senda se elevará por encima de los ángeles;
Y me convertiré en aquello que está más allá de la imaginación. Entonces permíteme reducirme a nada, a nada, cual la cuerda del arpa me ha gritado:
En verdad que todos a Él regresamos.”
Es así, tarde que temprano regresaremos a Él, todo depende de que el alma esté lista para el llamado, para sanar esa oscuridad en que se encuentra, lista para unirse con el gran espíritu que mora en cada uno de nosotros. La muerte no tiene porqué asustarnos, es sólo una transición a nuevos ciclos, a nuevos juegos divinos a los que estamos destinados a vivir y a experimentar, de nosotros depende cómo lo haremos: en sufrimiento o en felicidad, en amor.
Cuando les cuento a mis alumnos el tema de la reencarnación, varios no creen ella, sea por sus creencias, por su pesimismo o por ser muy racionales, de esos que afirman que primero hay que ver para creer. En realidad nuestra cultura y las religiones predominantes en el mundo occidental, no hablan de la reencarnación, la niegan y por tanto nos hacen creer que sólo tenemos esta vida y en cuanto morimos, pasamos a la historia, a los recuerdos; nos convertimos en polvo.
Existe una diferencia entre reencarnar y retornar, desde un punto de vista esotérico. Retornamos vida tras vida, sin darnos cuenta de ello. Cuando nacemos, dicen los maestros, se nos da el agua del olvido y empezamos a vivir nuestros guiones, por lo regular los mismos que en vidas pasadas, sólo que con un rol distinto, pero siempre nos vamos a encontrar con otras personas con las que convivimos en otras vidas, aunque también con roles también diferentes.
Quienes reencarnan son aquellos maestros que han trabajo internamente en sus vidas pasadas y cuando ingresan a un nuevo cuerpo, siguen recordando su pasado. Vienen despiertos o iluminados para continuar con su propósito en esta nueva vida. Posiblemente a completar su trabajo espiritual o su compromiso espiritual con la humanidad y una vez concluido su ciclo trascienden el Samsara o los ciclos nacimiento y muerte.
A quienes no logramos despertar nuestra conciencia, bien porque no realizamos ningún esfuerzo espiritual y sólo venimos a trabajar en el plano material, o porque existe mucha oscuridad en nuestra alma, seguiremos atados a esta rueda del Samsara. Se nos dan 108 vidas en cuerpo físico para trascender esa oscuridad y sanar nuestra alma, para reconectarnos con nuestra esencia divina. Si en esas 108 oportunidades no despertamos de ese letargo, involucionamos, primero en animales, luego en plantas y al último en minerales involucionados. Luego se nos da otra oportunidad y volveremos a retornar en esos mismos estadios hasta llegar a ser humanos nuevamente. Para el universo o para Dios no hay prisa, se nos dio el libre albedrío y cada uno elige el tiempo para retornar a casa.
Este conocimiento está escrito en todos los libros sagrados, incluso en la Biblia, sólo que, como dijo Jesús: “El que tenga oídos para oír que escuche, el que tenga ojos para ver, que vea”. Al respecto, el poeta Jala Al-Din Rumi (Poeta místico sufí) escribió el siguiente poema:
“Morí como mineral y me convertí en planta;
Morí como planta y me convertí en animal;
Morí como animal y me convertí en ser humano;
¿Por qué entonces habría que temer?
¿Acaso al morir me hice más pequeño?
La próxima vez moriré como ser humano.
Entonces podré crecer con alas de ángel.
Pero a partir del ángel tendré que evolucionar.
Y todo perecerá excepto su rostro.
Y una vez más mi senda se elevará por encima de los ángeles;
Y me convertiré en aquello que está más allá de la imaginación. Entonces permíteme reducirme a nada, a nada, cual la cuerda del arpa me ha gritado:
En verdad que todos a Él regresamos.”
Es así, tarde que temprano regresaremos a Él, todo depende de que el alma esté lista para el llamado, para sanar esa oscuridad en que se encuentra, lista para unirse con el gran espíritu que mora en cada uno de nosotros. La muerte no tiene porqué asustarnos, es sólo una transición a nuevos ciclos, a nuevos juegos divinos a los que estamos destinados a vivir y a experimentar, de nosotros depende cómo lo haremos: en sufrimiento o en felicidad, en amor.
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