Los haikus y el invierno


Prócoro Hernández Oropeza

Estamos en el umbral del invierno, esto se nota porque el sol, en esta parte del planeta, el pacífico, Puerto Vallarta, quema menos, la fuerza de sus rayos ha menguado y su brillantez también. Más frescas las noches, más claro el cielo y se puede apreciar su infinitud y la multitud de estrellas. Las nubes se han alejado y los cerros empiezan a cambiar de piel, los árboles de color y cientos o miles de cuervos y otras aves se dejan venir a gozar de este clima. Por la tarde noche hacen gran algarabía en su casa de árboles, tal parece que narran sus cuitas, hacen fiestas y tertulias poéticas o simplemente se sienten contentos aquí.
Me encantan los haikus, esos poemas breves japoneses que describen estos fenómenos naturales, el cambio de estaciones y la vida cotidiana de la gente, pero lo hacen con sencillez, naturalidad, sutileza, austeridad y simetría.

La sensación de que algo falta...
Caen las hojas.

Caen las hojas...
Desde ahora, el agua
se vuelve más sabrosa.

Este haiku, del poeta Taneda Santoka, describe esta naturalidad y al mismo tiempo esa sensación de libertad. Esa libertad en la que viven los cuervos, las mariposas, las águilas, el colibrí. Si pudiéramos traducir los trinos de las aves cuando cantan, me imagino que son de alegría, de pasión, de amor, de libertad.
Al escuchar sus trinos, sus himnos, ahora que no les molesta la lluvia, me imagino conversaciones como esta:

Las hojas de mi vida son verdes y livianas
Juegan con el viento y las faldas de la luna
Cubren el suelo cuando tiene frío
Se deslizan por ríos amatistas
en oleadas de cantos ambarinos.
Aunque este verso no es un haiku, es posible que los pájaros compongan muchos haikus, porque como afirma Vicente Haya, >>La piedra angular del haiku es el aware, una emoción profunda provocada por la percepción de la naturaleza. A menudo se trata de una emoción melancólica o también la alegría exultante, de una conmoción espiritual, que es a la vez estética y sentimental.<<

La recojo y la alzo hacia la luna.
La luminosidad del agua
...
Con viento de otoño
recojo una piedra.
Otra vez Taneda, con su haiku, nos traslada hacia ese estado de contemplación, de suspenso y de asombro. Con el viento de otoño recojo una piedra, pero qué pasa con esa piedra. Para que la recoge, cuál es su destino. Y si la lanza hacia la luna, qué tiene que ver la luminosidad. No importa, a cada uno nos otorga la libertad de escoger el sentido que queramos darle.
Así las aves, lanzan sus himnos al universo y si tenemos oídos podemos traducirlos y sentirlos en diálogos como estos:

Mis alas se deshacen con tu mirada.
Es la tarde que parpadea.
No, tus ojos desordenan mis plumas.
Tal vez.
¿Puedo tomar una para
escribir que te amo?

Es otoño, se acerca el invierno y aquí, cada atardecer es un haiku, con un sol que se desvanece lentamente en el mar y sus rayos se esparcen, se pierden entre los cerros y en el lienzo azul. Son absorbidos por aquellos que lo disfrutan y lo admiran.

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