Las pruebas y las tentaciones

Prócoro Hernández Oropeza

En la vida nos enfrentamos a muchas pruebas o retos, otros le llaman adversidades, contratiempos, sufrimientos o desencuentros. La cuestión es que, dependiendo del estado de consciencia, unos las ven con alegría, optimismo, valentía, otros en sufrimiento. Unos sacan lecciones de esas pruebas, otros se quedan atorados en esos eventos y sufren tremendas rasgaduras del alma.
En la Epístola Universal de Santiago afirma sobre estas pruebas lo siguiente: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Más tenga la paciencia su obra completa para que seáis perfectos sin que os falte cosa alguna.” Nos invita a tener sumo gozo, algo difícil para la mayoría de la personas. Si un ladrón le asalta, con justa razón puede afirmar: “Cómo me pides que goce el hecho de sufrir un asalto a punta de pistola. ¿Y el miedo y el coraje y lo que me quitó, acaso es motivo para gozar, reír o festejarlo? Ciertamente es difícil aceptarlo y festejarlo; lo es porque hemos crecido con ciertos programas que nos impiden vivir una experiencia de esta naturaleza en este plano.
Tampoco entenderíamos, desde esta perspectiva, el siguiente acontecimiento. Al pasar por cierto lugar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Rabí le preguntaron los discípulos, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por sus propios pecados o por los pecados de sus padres? Ni por sus propios pecados ni por los pecados de sus padres respondió Jesús, sino para que en él se manifieste el poder de las obras de Dios.
Para llegar a este nivel y evitar la identificación con el sufrimiento cuando llega un infortunio, como una grave enfermedad, un asalto, la muerte violenta de un amigo o familiar, debemos desapegarnos de las personas, cosas o del mundo. Entender que todos venimos a vivir nuestros propios procesos de vida; unos más sutiles, felices, armoniosos, otros con problemas, desarmonía o sufrimiento. Tal vez estamos pagando un karma de esta o de una vida pasada, lo cual significa comprender que ningún hecho es casual o circunstancial o producto del azar o del destino, son las consecuencias de nuestros actos.
En la parte de pruebas y tentaciones, el apóstol Santiago continúa: “Dichoso el varón que soporta la tentación, porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de la vida, que el Señor ha prometido a los que le amen”. Otras pruebas a las que nos enfrentamos, además de los obstáculos o problemas cotidianos, son las tentaciones. Tentaciones de la carne o lujuria, de la avaricia, envidia, gula, pereza, orgullo o vanidad. Aquel que logre resistir la tentación de esos egos o agregados psicológicos o demonios internos tendrá la corona de la vida, o sea la vida eterna, la dicha, la eternidad.
Todos los días nos enfrentamos a estas pruebas, sea mediante actos disruptivos como accidentes, enfermedades, asaltos, engaños o por las tentaciones del deseo. Sólo aquel varón o mujer que sale airoso de esas pruebas tendrá la dicha de la vida eterna. Ya nada le aflige, nada le causa molestias o temor, nada le perjudica, ni la más terrible ofensa.
Al respecto, recuerdo un cuento acerca de un maestro muy avanzado, casi un santo, al que un día le cayó un ladrón y le exigió todo lo que tenía de valor. El santo le entregó sus pertenencias sin ninguna resistencia, simplemente con una sonrisa en los labios. Esto sorprendió al ladrón. Cuando ya abandonaba la casa, el maestro salió corriendo y le grito al ladrón: Hey, espera, se me olvidó darte este brazalete de oro, de algo te ha de servir. Más sorprendido quedó aún el ladrón, a tal punto que días después regresó a la casa del santo, le devolvió casi todo lo robado, pidió perdón y le suplicó para que lo aceptara como alumno. El maestro aceptó gustoso y ese ladrón se convirtió en el mejor alumno.



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