El proceso de muerte y renacimiento

Prócoro Hernández Oropeza
Para Mary León
Ayer falleció don Chuy, padre de una amiga muy cercana. Tres días antes aún lo vi con vida y entre las cuarteaduras de su piel asomaban leves sonrisas. Días antes se veía decaído, sin ganas de levantarse, ya no quería moverse y para ir al baño, requería el auxilio de algún familiar. Ya había rebasado los 80 años y su cuerpo no tenía la fuerza suficiente para sostenerle o darle ánimos de seguir viviendo, eso presentía en él.
Un buen día que fui a saludarlo, le dije que si ya tenía ganas de irse. No contestó. Le pregunté si tenía miedo a la muerte y sólo respondió, no muy convencido, con un no. Entonces le dije que se fuera preparando para cuando llegase el momento crucial. Además le aseveré que sólo moriría su cuerpo, no su espíritu, su alma. Esos son eternos, forman parte de una energía eternal con muchos misterios.
Precisamente este mismo día falleció el padre de uno de mis poetas favoritos vivo, Efraín Bartolomé. Este gran poeta que ha venido a brindarnos excelentes recitales de poesía, escribió una especie de epitafio en su Facebook, donde expresa ese gran dolor por la partida de su amado padre: “Y lloro, por más que la razón me advierta que un cadáver no es un trono demolido ni roto altar, sino prisión desierta”.
Es verdad, el cuerpo de su padre como el de cualquier difunto muere y se convertirá en polvo. Una prisión desierta porque su espíritu y su alma han viajado a otras dimensiones, desconocidas aún por nosotros los mortales, no por aquellos maestros iniciados que han viajado a ellas y nos han dado pormenores de las mismas. Somos energía y la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma, es una ley de la física, pero existen otras leyes desconocidas por la mayoría de nosotros, que nos rigen en este plano, tales como la ley de Karma, del Eterno retorno y recurrencia, de Causa y efecto, Ley de recompensa…
El desconocimiento de la muerte y de las leyes que menciono arriba ha hecho que la mayoría de los seres humanos le teman y no vean en ella la meta o el objetivo final de todo. Si una persona comprende verdaderamente lo que es la muerte ya no le tendrá miedo, y podrá incursionar en los Misterios de la Vida y de la Muerte.
Los grandes sabios lo han dicho: “La razón de vivir es morir” y no tenemos otra tarea diferente a esta. Se nace para morir y se muere para nacer. Si el germen no muere la planta no nace. La muerte es el fin de algo. La muerte libera en todos los casos.
La muerte es profundamente significativa. Muchos, la mayoría la ven como sufrimiento por la pérdida del familiar amado. Pero también se sufre porque un difunto nos recuerda, nos pone frente a nuestro destino final, al que todos habremos de llegar un día; unos más pronto que otros, nadie se salva. Lo que importa es cómo morimos y cómo aceptamos la muerte. Sólo descubriendo lo que ésta es en sí misma conoceremos el secreto de la vida. Aquello que continúa más allá del sepulcro sólo puede ser conocido por gentes de conciencia despierta.
Toda persona que viene a este mundo recibe un Capital de valores vitales; cuando dicho Capital se acaba sobreviene la muerte. Es bueno aclarar que podemos ahorrar tales valores y alargar la vida. Aquellos que no saben ahorrar los valores vitales desencarnan más pronto.
Pero no hay que preocuparnos. A cada esencia se le asignan 3.000 ciclos de manifestación y en cada uno de estos se nos dan 108 oportunidades con cuerpo físico humano para lograr la auto-realización íntima del Ser. En cada uno de estos ciclos habrá 108 nacimientos y 108 muertes físicas. Si al término de este ciclo el alma no logró su realización espiritual, después de involucionar viene lo que se llama la Muerte Segunda. El alma retorna a su lugar de origen como alma no realizada. Así que, en lugar de preocuparnos por la muerte, debemos esforzarnos por disfrutar la vida sin apegos, viendo a Dios en todo lo que nos rodea y convirtiéndonos e un instrumento divino, al servicio de nuestro Ser.

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