El poder de la lectura

Prócoro Hernández Oropeza

El poeta José martí, a propósito de los que sí leen, describe contundentemente a este tipo de seres raros: “Tiene la palidez de los hombres que leen mucho.” Y seguramente como él fue un gran lector en otro verso se describió: “Yo debí nacer sobre una pila de libros”.
Es indudable que los hombres trascendentes, lo son porque de alguna manera se ilustraron, es decir tuvieron contacto con los libros, el conocimiento, la sabiduría. También he afirmado que la acumulación de conocimiento no necesariamente nos hace sabios. Podemos leer muchos libros, contar con una gran biblioteca, la mejor biblioteca del mundo, lo cual no significa que sea un hombre ilustre.
Un gran escritor lo es porque, además de leer, tuvo la intuición de seleccionar sus lecturas, sus autores más afines, incluso de acercarse a aquellos que no le apetecían tanto. Esas lecturas, el contacto con los libros, el mundo de las palabras, además de su intuición, le facilitaron el don de la palabra y la transmisión de sus visiones, conceptos, contradicciones y la búsqueda de respuestas a la condición humana.
Una buena selección de libros es como una buena selección de alimentos: nutre, sostiene Ángel Gabilondo, catedrático de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del ensayo Darse a la lectura. Entonces debemos saber seleccionar el tipo de libros que alimenten, no sólo las apetencias de nuestra mente, de esa mente racional, intelectualoide que sólo quiere saber para presumir, para tener éxito profesional, sino alimentar a nuestra alma. Lecturas, libros que nos den respuesta a nuestras grandes preguntas acerca de ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es mi propósito de vida, mi misión en esta vida?
Históricamente los primeros que leyeron con avidez fueron los griegos, aunque fuesen sus esclavos quienes narraban en voz alta los textos a sus amos. Siglos más tarde, la lectura se volvió una actividad silenciosa y personal, se comenzó a leer hacia el interior del alma. “Los grecolatinos vinculaban la lectura a la lista de actividades que había que hacer cada día”, sostiene Gabilondo. “Convirtieron el pasatiempo en un ejercicio: el sano ejercicio de leer”. Fueron los romanos quienes acuñaron el “nulla dies sine linea” (ni un día sin [leer] una línea).
Esto significa que a la lectura no hay que dedicarle sólo los ratos perdidos; nunca se pierde vida mientras se lee, sólo cuando leemos aquellos libros que no aportan mucho a las preguntas que aporten beneficios a nuestra condición humana. Leer es un beneficioso ejercicio mental y así como se rinde culto al cuerpo deberíamos dedicar tiempo al cultivo de la mente, a nuestra psique. Si le dedico una hora a mi cuerpo, media hora a la meditación, se puede hacer otra media hora a la lectura. Los libros ilustran, sobre todo si aplico sus enseñanzas a mi vida práctica. Si compruebo en mi diario vivir lo que otros han practicado o predicado.
En otras aportaciones he hablado del cuarto camino del despertar, desde la filosofía Vedanta, que es el camino del conocimiento o Jnana yoga. Un sendero difícil porque si no nos desprendemos del intelectualismo podemos caer en el ego intelectual. Para ello se recomienda que después de analizar y comprender todas las enseñanzas, usando el intelecto, luego de agotarse a través del proceso de discriminación y negación, este debe desecharse. Sólo la experiencia de lo real se mantiene, esta es la auto realización del ser. Es un ser que ya no tiene dudas, no se siente separado de Dios, porque los velos de la ignorancia han desaparecido. Reza un dicho: “Dime que lees y te diré quién eres”.

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