La disciplina, base del carácter

Prócoro Hernández Oropeza

Ante los acontecimientos nacionales, plagados de tragedias, enconos, leyes torcidas por políticos medrosos y miedosos, envalentonados y revoltosos sindicalistas y promotores del abismo y el caos, sólo resta hablar de aquello que nos puede brindar esperanza, un poco de luz y amor. Y creo que uno de los aspectos torales que han posibilitado este torbellino de desalientos, maledicencias y desencuentros se debe a la ausencia de principios, de disciplina, como parte toral de los principios.
Precisamente en estos días vi por casualidad un video de un joven conferencista colombiano de padres japoneses, Yokoi Kenji. La conferencia se titula Mitos y verdades y en ella narra acerca de los mitos que sus compañeros de escuela tenían acerca de los japoneses. Uno de los mitos se refiere a la impresión que ellos tenían de los japoneses, creyendo que eran muy inteligentes; prueba de ello son las grandes compañías que han creado como Sony, Nissan, Toyota, Sanyo, Sharp, Fujifilm, Sanyo…
A los diez años sus padres lo mandaron a estudiar a Japón. Cuenta que su primer día de clase fue de temor e incertidumbre, pensando que los niños japoneses eran muy brillantes. Se sentó en un silla de las filas traseras y desde ahí observó el comportamiento de sus compañeros. Descubrió que todos eran bromistas, charladores, amigables, igual que los niños de Colombia. Todo cambió cuando llegó el profesor. De inmediato los niños acomodaron sus pupitres, saludaron al maestro y guardaron absoluto silencio durante toda la clase. En ningún momento ninguno de los chicos distrajo a otro o se comportó mal.
Vino el recreo y otra vez los chiscos departieron el descanso con el alboroto de las escuelas, pero con respeto por todo y por todos. Llegó otro maestro y los alumnos volvieron a sus sitios con la misma disciplina de la primera hora. Yokoi estaba sorprendido por esta disciplina tan ecuánime y se preguntaba si había cámaras que los estuvieran vigilando o los torturaban en algún momento si se portaban mal. Nada de eso. Descubrió, a esa edad temprana que los japoneses ni eran más inteligentes que los latinos, ni habían inventado nada. Como se sabe, los japoneses son muy buenos imitadores. Iban a distintos países a observar la estructura, el diseño de un carro, por ejemplo y luego lo llevaban a su país. Ahí no sólo perfeccionaban el modelo, sino que reducían costos y ponían un plus al nuevo producto.
El secreto del éxito de los japoneses es la disciplina. Esa disciplina que no existe en nuestros países latinos, o si la usamos no lo hacemos correctamente. De pequeño no aceptaba la disciplina porque pensaba que iba en contra de mi forma de ser porque la sentía torturante, autoritaria. Sobre todo esto último, como una especie de imposición o como un acto de obligatoriedad. Ir a misa cada domingo, por ejemplo, pero como un acto impositivo, no como algo que naciera de mí.
En Japón, la disciplina es parte de una cultura. En ella se refleja la consideración por el otro, el valor del trabajo, el respeto por la jerarquía y a los mayores -lo que por cierto se traduce no solo en actitudes y gestos sino que se traslada a su propio vocabulario-, y la puntualidad, que entienden como una de las manifestaciones del respeto por la otra persona. En el plano de los negocios, además de la disciplina, observan el sabio manejo del dinero, la prudencia y la sabiduría como ejes del pensamiento.
Aquí en México esta forma de entender a la disciplina está muy alejada, mucho menos el respeto por los otros, por los mayores y más aún por las leyes mismas que nos rigen, así como tampoco se respeta a los políticos que nos gobiernan. Vean lo que hace un puñado de maestros rijosos que tiene en vilo al gobierno del Distrito Federal y al gobierno federal. Esos maestros nunca van a ser ejemplo de disciplina, mucho menos de honestidad.
El dueño de los hoteles Marriot decía que la disciplina forma el carácter y el carácter es la base del progreso. Eso es verdad. En India se habla de siete pasos para la felicidad. Lo primero es comprometerte, el compromiso da el carácter; el carácter otorga la dignidad, de la dignidad viene la gracia; la gracia es el poder del sacrificio y ese sacrificio te da la felicidad. Ese es el sacrificio consciente, sin sufrimiento, llamado también padecimiento voluntario porque lo asumes como tal cuando te comprometes a realizar algo y sabes que no te defraudarás nunca.

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