Ira y deseo

Prócoro Hernández Oropeza
Los maestros hindúes o japoneses, chinos, en todas las culturas, por lo regular hacen referencia a un antiguo cuento o relato para dar una enseñanza. Tal vez ya ha oído este: un Samurai fue a visitar a un sabio a pedirle que le enseñara cuál era la diferencia entre el cielo y el infierno. El maestro le contestó:
-Tú que vas a entender estas cosas, eres un ignorante y patán.
El Samurai, lleno de cólera, desenvainó la espada y a punto de dar el golpe, el sabio le dijo:
-Eso es el infierno. El Samurai, plenamente apenado, guardó la espada y le pidió perdón. Ante esto el sabio le replicó:
-Eso es el cielo.
En esta pequeña historia se explica cómo un simple sonido como ignorante o patán puede sacar de sus cabales a individuos que supuestamente están disciplinados en el control de la mente. De tal suerte, vemos cómo la ira se puede manifestar por una simple palabra y por ese sonido podemos herir, matar o crear graves conflictos. Afirma el maestro Sivananda que la ira hace de todo el mundo su esclavo y su víctima. Rompe la amistad, incluso entre los más íntimos amigos. Induce a las esposas a pelarse con sus maridos.
La ira destruye la razón y empuja al hombre a hacer cosas indescriptibles tales como matar a un hombre o difamar al más justo. Bajo su influjo, el hombre abusa, insulta, incluso asesina a su padre, hermano, esposa, a su maestro o al rey, para luego arrepentirse. La ira, sostiene Sivananda, es un signo de debilidad. Comienza a partir de cualquier tontería o debilidad, acabando en el arrepentimiento.
Hablando del arrepentimiento, se cuenta que en una ocasión un hombre hindú, arrepentido por haber matado a una familia de musulmanes durante un disturbio interracial, fue a Ver a Gandhi para solicitarle consejo, pues era una gran carga de remordimiento en su conciencia. Gandhi le aconsejó que para saldar su error y pecado debía adoptar a un niño musulmán huérfano. Además debía respetar sus creencias y religión y educarlo en ellas. Una gran tarea sin duda, pero de haber cumplido con el mandato seguramente pagó mucho karma.
En el Bhagavad Gita, Arjuna le preguntó a Sri Krishna: ¿Pero qué es lo que empuja al hombre a cometer el pecado, oh Krishna, sacándole de sí a pesar suyo como por la fuerza? Krishna respondió: “Es el deseo. Es la cólera que surge de la pasión. El deseo es nuestro enemigo, como un monstruo de avaricia y pecado”. Así que la causa del pecado, o de la acción equivocada en este mundo es el deseo. La ira es el deseo mismo.
Sivananda lo explica así: Primero piensas en los objetos de los sentidos. Surge luego el apego por estos objetos. Del apego nace el deseo. Cuando se origina un deseo, este genera una acción y urge al hombre a buscar el objeto de su deseo. Pero cuando el deseo no se ve gratificado, o cuando alguien se interpone en el camino hacia su consecución, el hombre se vuelve furioso. El deseo se transforma entonces en ira, de igual forma que la leche se transforma en cuajada.
La ira tiene diversos gradientes desde una simple rabieta, de ahí se pasa a un resentimiento, luego indignación, de aquí a la rabia, la furia, la cólera y el odio. De un simple sentimiento de disgusto se pueden pasar todos esos niveles o gradientes hasta llegar a la furia, que es más fuerte y arrastra al individuo a la furia descontrolada. Aparte de muchos motivos aparentes, estima Sivananda que la causa principal de la irritabilidad y la ira es una excesiva pérdida de semen. Los grandes fornicarios suelen ser los más agresivos por tanta pérdida de su energía seminal. En un hombre célibe o que sabe transmutar su energía su mente se mantendrá fría en todo momento. La pasión es la raíz y la ira es el tallo. Así, que, de acuerdo a Sivananda, tendrás que destruir primero la raíz o pasión. Sólo entonces el tallo o la ira morirán por sí sola. Esto requiere mucho trabajo interior de auto observación y eliminación de esos agregados psicológicos mediante los cuales se manifiesta la ira, además de cultivar pensamientos divinos y practicar las virtudes como la paciencia, el amor y el perdón.

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