Principios y valores
Prócoro Hernández Oropeza
La gente suele confundir principios con valores, cuando son
dos aspectos, que aunque se correlacionan, sus connotaciones o implicaciones
son distintos. Afirma Stephen Covey que
los principios no son un invento nuestro ni de la sociedad; son las leyes del
universo que conciernen a las relaciones y organizaciones humanas. Son parte de
la condición, el conocimiento y la conciencia humanos.
Los valores, por
tanto, sostiene Covey son subjetivos e
internos; son como mapas. Los mapas, de por sí, no son territorios; sólo son
intentos subjetivos de describir o representar un territorio. Cuanto mejor
alineados estén nuestros valores o mapas con los principios correctos —con el
territorio real, con las cosas tal cual son—, más precisos y útiles serán. Pero
cuando el territorio cambia permanentemente, cuando los mercados varían en
forma constante, todo mapa se hace rápidamente obsoleto. Un mapa basado en
valores puede suministrar cierta descripción útil, pero la brújula, regida por
principios, brinda una incuestionable visión y orientación.
Los principios son
como una brújula, el “verdadero norte”. Al señalar hacia el norte, la
aguja refleja su alineamiento con las leyes naturales. Si sólo nos limitamos a
dirigirnos por medio de mapas, desperdiciaremos muchos recursos errando sin
rumbo y desperdiciando oportunidades. Lo que sucede es que los valores suelen
reflejar las creencias de nuestro medio cultural. Desde la niñez desarrollamos
un sistema de valores que constituye una combinación de influencias culturales,
descubrimientos personales y pautas familiares o programaciones mentales. A
partir de estos programas evaluamos,
definimos prioridades, juzgamos y nos comportamos según cómo vemos la vida a través
de ese cristal. Un patrón reactivo habitual lo constituye vivir la vida en
compartimientos basados en valores, donde nuestra conducta es, en gran medida,
producto de las expectativas incorporadas a ciertos a ciertos roles: cónyuge,
padre, hijo, ejecutivo, líder de la comunidad, etcétera.
Cuando las personas alinean sus valores personales con los
principios correctos, se liberan de las viejas percepciones y paradigmas. Una
de las características de los auténticos líderes es su humildad, que queda de manifiesto
en su capacidad para sacarse las gafas y examinar objetivamente los cristales,
analizando hasta dónde sus valores, percepciones, creencias y comportamientos
están alineados con los principios del “verdadero norte”. Donde aparecen
discrepancias (prejuicios, ignorancia o error), efectúan ajustes para
realinearlos más sabiamente. Basarse en principios inmutables brinda
permanencia y consistencia a sus vidas.
Los ladrones o las mafias, por ejemplo, señala Covey, actúan
de acuerdo a un código de valores, muy distinto a los principios. En ellos no
existen los principios, porque estos son producto del amor; son leyes divinas
que están más allá del tiempo y el espacio. Son, diríamos, las acciones
virtuosas, tales como la humildad, la paz interior, la compasión, generosidad,
alegría por lo que otros tienen, justicia, templanza, todas aquellas acciones
que no provocan ningún daño a nadie. Los valores son subjetivos y cambian con
el tiempo y las circunstancias, debido a que son producto de nuestras
programaciones mentales, hábitos, creencias. Lo que para un grupo es positivo,
para otro es negativo. Lo que para una época fue prohibitivo en otras es
permisivo. Los principios emanan de una ética universal que es aplicable en
todos los ámbitos humanos. Las constituciones y los libros sagrados perduran en
el tiempo debido a que están basados en principios, tales como el amor, la
bondad, compasión, respeto, integridad,
libertad, justicia, equidad.
Un hombre basado en
principios, no juzga, no critica, enseña con el ejemplo. Es un Ser de luz, no
un juez, un modelo no un crítico.
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