Las fuentes de El alquimista, de Paulo Coelho

 

Prócoro Hernández Oropeza
procoroh@gmail.com
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Paulo Coelho se ha convertido en uno de los escritores contemporáneos más leídos del mundo, desde que publicara su libro El alquimista, en 1988. Aunque de su primera edición sólo se vendieron 900 libros, hoy se consumen por millones y se ha traducido en varios idiomas. Hasta se ha publicado con éxito en Irán, probable fuente de inspiración del libro.
Así es. La fuente de inspiración de este libro que se ha convertido para muchos lectores, entre ellos jóvenes, en otra luz de inspiración y sabiduría, tiene su origen en un cuento anónimo árabe.
Juan José Arreola, el escritor jalisciense fallecido hace unos años, tuvo el atrevimiento y la sensibilidad de recopilar una serie de lecturas  que leyó entre los ocho y los diez años, lecturas decisivas para el escritor y que le enseñaron a amar la literatura. En esta recopilación, publicada en 1991, con el título de Lecturas en voz alta, editada por los hermanos Porrúa, aparece un pequeño cuento titulado Historia de los dos que soñaron; al pie del texto sólo aparece la referencia a un anónimo árabe.
En su prefacio, Coelho narra a grandes rasgos los motivos que le orillaron a escribir este libro, del cual dice: “El alquimista es también un texto simbólico. En el decurso de sus páginas, amén de transmitir todo lo que aprendí al respecto, trato de rendir homenaje a grandes escritores que lograron alcanzar el Lenguaje Universal: Hemingway, Blake, Borges (que también utilizó la historia persa para uno de sus cuentos), Malba Tahan, entre otros. A través de estas notas, Coelho intenta señalar, que al igual que Borges, él uso un cuento árabe o se inspiró en él, pero sin reconocerlo explícitamente.
Más aún, Coelho cita al final del prefacio, una historia que le contó su Maestro acerca de la virgen María y el niño Jesús y unos frailes que le rendían homenaje, de acuerdo a sus habilidades. Según la historia había un monje que lo único que sabía hacer eran malabarismos y con esas artes rindió tributo a la virgen y al Niño Jesús, cosa que sus hermanos reprobaron. No obstante fue al único a quien sonrío el niño Jesús. Este texto, atribuido a su maestro, aparece también en el libro que compiló Arreola y su autor es Anatole France, denominado el Juglar de nuestra Señora.
En el cuento del anónimo árabe, el ambiente se desarrolla en El Cairo. El personaje es un hombre afortunado, poseedor de riquezas y que por ser tan magnánimo y liberal las perdió, motivo por el cual se vio en la necesidad de laborar. Un día, de tanto trabajar se quedó profundamente dormido debajo de una higuera de su jardín y tuvo un sueño. En él, un desconocido le dijo que su fortuna estaba en Persia. Y allá se fue a buscarla.
Luego de emprender largo viaje y afrontar peligros llegó a Isfajan, lugar donde debía estar el tesoro. Ahí lo sorprendió la noche y buscó un lugar para resguardarse. Más tarde llegó  una banda de forajidos que asaltó una casa cercana de donde dormía este personaje, llamado Magrebí. En el trajín, los policías encontraron al soñador y se lo llevaron a la cárcel. Durante el interrogatorio el juez le preguntó sus pormenores y la finalidad de su viaje. Magrebí le informó que un hombre le ordenó en un sueño que viniera a Isfajan, porque ahí estaba su fortuna.
El juez, luego de echarse a reír, reprenderlo y  advertirle que no lo quería ver más por ahí, le dio unas monedas y  le dijo: Tres veces he soñado con una casa en la ciudad del Cairo, en cuyo fondo hay un jardín y en el jardín un reloj de sol, una higuera y bajo la higuera un tesoro. Magrebí tomó las monedas, regresó a su patria y debajo de la higuera encontró el tesoro que había perseguido en sus sueños.
Coelho sitúa a su personaje, un pastor llamado Santiago,  en las praderas y pueblos de Andalucía. Ese pastor también tuvo sus sueños, mismos que le indicaron que su fortuna estaba en Egipto, junto a las pirámides.
Realizó su viaje,  inspirado por Melquisedec,  rey de Salem y una gitana. Luego de vender sus ovejas, de Tarifa se encaminó rumbo a Egipto, pasando por Tánger.
También sufrió varios percances, robos y otros peligros, hasta que llegó a las pirámides. Y cuando estaba agotado de tanto excavar, arribaron unos ladrones. Como le encontraron un pedazo de oro, lo golpearon y le hicieron cavar más para que desenterrara ese supuesto tesoro. Finalmente les confesó que su búsqueda era producto de un sueño. Les contó su sueño. El jefe de los ladrones, viendo que era inútil le perdonó la vida y le dijo que el también tuvo un sueño: “Ahí en ese lugar donde estás tú, yo también tuve un sueño repetido hace casi dos años. Soñé que tenía que ir hasta los campos de España, a buscar una iglesia en ruinas donde los pastores solían dormir con sus ovejas y que tenía un sicómoro (higuera africana) creciendo dentro de la sacristía, si yo cavase en la raíz de este sicomoro encontraría un tesoro escondido. Pero no soy tan estúpido como para cruzar un desierto sólo porque tuve un sueño repetido”.
Como el lugar que le describió el jefe de los ladrones coincidía con el sitio donde solía llevar a pastar a sus ovejas, precisamente cerca de una iglesia en ruinas, el pastor retornó a su pueblo y luego de excavar debajo del sicómoro encontró también su tesoro.
Como se observa, hay un paralelismo entre La historia de los dos que soñaron, del anónimo árabe y la de Paulo Coelho, sólo cambian los personajes y las ambientaciones. La virtud de la historia de Coelho es inspirar al lector a vivir su historia personal, llegar hasta el final, sin importar los contratiempos, además de aprender a guiarse por el lenguaje de las señales. Aunque el cuento anónimo árabe ha perdurado por siglos, el libro de Coelho se ha convertido en un bestseller y su autor en un héroe de la literatura, para miles de personas. Sus críticos señalan que su obra es producto de la cultura de masas y no le dan más méritos que los de repetir fórmulas ya usadas por otros escritores. Lo cierto es que sus libros le han dado una fortuna y cada publicación suya es un éxito.
No obstante, la honestidad debe ser una virtud entrañable en el escritor, tal como lo señalara André Gide: “Ser influidos por el mayor número de grandes artistas, pero tened la decisión ya sea de reconocer por entero la deuda o de tratar de ocultarla cuidadosamente”.



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