Qué sería de nosotros sin el mar



Prócoro Hernández Oropeza

Quienes vivimos junto al mar somos muy privilegiados. Pararse frente a él y admirar su grandiosidad, su eterno movimiento; a veces tranquilo, otras muy inquieto, es un regalo divino. Nadar entre sus aguas o ver cada tarde cómo se oculta el sol en la lejanía, produce experiencias que nos arrebatan o nos provocan admiración. Sí, admiración por las maravillas del gran arquitecto divino.
Porque no me van a decir que este maravilloso mar y sus montañas fueron producto del caos, producto del tiempo y  sus contradicciones, producto del azar o el destino. Nada de eso, todo lo que nos rodea posee vida y leyes propias. Si ayer el mar estaba tranquilo y unos días después se torna crespo, algo lo provoca. Puede ser el clima, el viento o la energía vibracional de una hermosa luna llena. Puede que hasta nuestros miedos, tristezas, sinsabores le afecten y se torne violento o tranquilo. Esto ya lo han dicho diversas personalidades. El mar es un ser vivo y todos nuestros pensamientos y emociones pueden afectar su sincronía.
Se ha preguntado ¿qué sería de nosotros sin el mar, sin la luna, sin las estrellas, sin el cielo? Tal vez no existiéramos. El poeta chileno Pablo Neruda escribió un hermoso poema al mar y como él muchos otros han sido cautivados por este enigmático y grandioso mar. En su poema llamado mar decía:
 Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

Una poetisa argentina que murió de amor en el mar, Alfonsina Storni escribió “Frente al mar”:

Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
«Piedad, piedad para el que más ofenda».

Otro poeta, español, por cierto, Don Juan Ramón Jiménez habló del mar ideal así:

Los dos vamos nadando
-agua de flores o de hierro-
por nuestras dobles vidas.

-Yo, por la mía y por la tuya;
tú, por la tuya y por la mía-.

De pronto, tú te ahogas en tu ola,
yo en la mía; y, sumisas,
tu ola, sensitiva, me levanta,
te levanta la mía, pensativa.

Gabriel Celaya, poeta español también, de la generación literaria de posguerra, de los más destacados representantes de la que se denominó «poesía comprometida» o poesía social, le habló así al Mar:

Sentado en estas rocas, mar, te escucho.
No entiendo tus palabras pero adivino a ciegas
que algo quieres decirme mas no puedes llevarme
adonde yo quisiera, ¡oh inmensidad sin centro!
No te entiendo, madre-muerte, madre-amante, madre-amor,
¿O eres tú la que no entiende mi modo humano de hablar?
¿Hasta cuando tengo que seguir esperando
mi retorno a tu origen, madre natal?

Por último, le dedico uno de mis poemas que intenta describir cómo sería nuestra vida sin el mar:

Si el mar se fuera quedaríamos desmarados
con un hoyo en la memoria
con sed en los ojos

El mar se llevaría nuestras lágrimas
Sin su presencia el silencio
nos acabaría matando.

Si el mar se fuera
se secarían los continentes del alma
Los que lavan sus pecados morirían de angustia

Si el mar se fuera nos ahogaríamos de sueño
No habría donde guardar tantos suspiros
Y el horizonte se perdería en un abismo

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