La ignorancia, hija bastarda



Prócoro Hernández Oropeza
“Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.” Albert Einstein.
La ignorancia es la hija bastarda de nuestra mente limitada, de esa mente mediatizada por los miles de Yoes. El sabio chino, Confucio, decía que la ignorancia es la noche de la mente: pero una noche sin luna y sin estrellas. Y es verdad, la ignorancia nos mantiene en la oscuridad y de esa oscuridad proviene el sufrimiento.
Jesús decía sus discípulos: Juan 10, 9: “¿No son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche tropieza porque no hay luz en él. El que vive en ignorancia sufre muchos tropiezos y desaciertos porque no sabe cómo enfrentarlos.  La ignorancia ( del latín ignorare -"no saber"-, derivado negativo de la raíz gnō- de (g)noscere -"saber", suele entenderse de forma general como ausencia de conocimiento. Pero aquí nos referimos, no al conocimiento académico, sino al espiritual, al conocimiento interior.  Es posible que por medio del estudio poseamos muchos conocimientos, mucha información, pero una cuestión es el conocimiento y otra poseer sabiduría o las claves para entender y descifrar los eventos que nos ocurren en la vida, tanto positiva como negativamente. Ese conocimiento no se ensena en las escuelas ni en las religiones. Se busca. El que busca encuentra, encuentra la sabiduría, encuentra a su guru. 
Por ejemplo, saber enfrentar una situación dolorosa o terrible como la muerte de un ser querido. Si pensamos que la partida de ese ser es para siempre o si estábamos muy apegado a él, sufriremos lo indecible. Si sabemos que esa alma ni muere, que sólo cambia de cuerpo o equipaje y posiblemente retorne tarde que temprano, no caeremos en el sufrimiento por su partida, ni lo veremos como una pérdida.
Cuando Jesús afirmaba que quien anda de día no tropieza es porque ha despertado a ese conocimiento interior, aquella sabiduría que está dormida en nosotros. Se ha conectado con esa verdad interior y ya no se identifica con sus deseos o con todo lo que le ofrecen sus sentidos. Esa noche de la mente, a la que se refería Confucio, sin lunas ni estrellas, no es más que esa mente limitada, alejada de las joyas de la sabiduría.
Krisna, en el libro sagrado de los Vedas, el Bhagavad-Gita, indicaba que existen cuatro clases de hombres piadosos: el afligido, el indagador, el que busca riquezas y aquel que busca el conocimiento acerca del absoluto. De éstos, el mejor es aquel que tiene pleno conocimiento y que siempre está dedicado al servicio devocional, pues “Yo le soy muy querido a él y él me es muy querido a mí. Así, que aquel, después de muchos nacimientos y muertes, aquel que verdaderamente tiene conocimiento se entrega a mí, sabiendo que Yo soy la causa de todas las causas y de todo lo que existe. Un alma así de grande es muy difícil de encontrar.” 
Para salir de la ignorancia es necesario entonces el autoconocimiento interior mediante prácticas constantes devocionales y de auto observación. Esto significa pleno control de esa mente limitada  o  inferior, apegada a los deseos furtivos y a las pasiones mundanas. Pero no todos están dispuestos a buscar esa senda del conocimiento interior; lo buscan afuera y jamás lo encontrarán, ni en esta ni en otras vidas. Jesús decía: de mil que me buscan, uno me encuentra; de mil que me encuentra uno me sigue, de mil que me sigue, uno es mío. Krishna, dos mil quinientos años atrás, afirmaría lo mismo: “De muchos miles de hombres, puede que uno se esfuerce por la perfección y de aquellos que han logrado la perfección, difícilmente uno me conoce de verdad. Por eso se afirma que la mayoría vivimos dormidos, alejados de esa sabiduría interior.  Jesús enseñaba a sus discípulos que buscaran más bien el reino de Dios y todas esas cosas (comida, vestido, bienes) os serán añadidas.

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